Dormitó por quizás una hora...
Abrió los ojos... pues cayó en la cuenta de que ya no le sería posible volver a dormir, giró su cabeza y contempló a su príncipe que dormía profundamente...
Se acomodó de costado, frente a él, clavó su codo en el colchón y dejó descansar su cabeza sobre su mano...
-¿Vegeta?...
Sólo el silencio le contestó.
Sin poder aguantarse acarició suavemente la mejilla de su príncipe dormido.
Sonrió cuándo él reaccionó con un pequeño suspiro.
Observó su brazo, aún con el vendaje en él...
Frunció el ceño consternado...
Unos cuantos días... ¡Y Vegeta ya había tenido tres accidentes graves!
Le había roto el pómulo, se había herido el brazo al caer sobre una mesa... ¡y él casi lo mata al hacerlo caer desde el balcón!
«¡Demonios!... ¡Supongo que tengo que cuidarte mejor!» pensó al sentirse responsable de dos de tres eventos.
Recorrió con su vista el vendaje hasta posar su vista en la mano de su príncipe, no pudo evitar acariciarla levemente...
¡Le gustaban sus manos!... con sus dedos largos y delgados... ¡le gustaba ver como se aferraban a la sábana cuando lo amaba!... le gustaba ver como las escondía entre sus brazos cuando estaba incómodo, o la manera casual en que las metía en los bolsillos de sus pantalones, le gustaba ver como las empuñaba cuando estaba molesto o nervioso, pero... lo que más le gustaba... ¡era la forma en que él lo tocaba con ellas!
Frunció el ceño al recordar algo de pronto...
«¡Pero qué tonto!» pensó.
Se levantó de prisa, sin hacer ruido y se dirigió al clóset, rebuscó en uno de los cajones en donde guardaba su ropa...
«¡¿ En dónde está?!» se preguntó.
Revolvió todo el cajón hasta que encontró lo que buscaba...
«¡Aquí está!» pensó con cierto alivio.
Sacó el diminuto saco de tela que el maestro Karim le había dado la última vez que lo había visto...
¡Ese día en el que se sintió terrible por haber lastimado a Vegeta!¿Cómo era posible que lo hubiese olvidado?... ¡aún tenía una semilla!...
Volvió la vista hacia el príncipe sayayin que dormía con su brazo aún lastimado... y suspiró sintiéndose un verdadero zoquete.
« A veces, ¡ni yo mismo entiendo porqué me pasan estas cosas!... » se confesó a sí mismo.