VII Colapso

442 56 11
                                    

Salgo temprano rumbo al trabajo. Me encuentro con Alex y aprovecho de preguntarle por su sobrina.

—Eh... ella está bien, gracias por preguntar. Mi hermana me pidió que la cuidara, pero ya volvió con ella.

—Me alegra oírlo. La próxima vez que venga me gustaría que conociera a Espi, podrían ser amigas.

—Claro, yo te aviso cuando la traiga.

Llego con Espi al taller y la dejo durmiendo sobre un sillón. No la llevaré al jardín, no hasta que sus ciclos de sueño se regulen. Ella debe estar bien o podrían quitármela. La próxima semana tenemos cita con la asistente social. Irá a la casa, verá cómo vive Espi, me evaluará y si todo sale bien podremos estar tranquilas los próximos seis meses, pero si las cosas andan mal, podrían apartarla de mi lado.

Aquel temor me hace sentir que Espi nunca será realmente mía. Si no soy una buena madre podría perderla y si eso pasara yo me muero. Necesito que todo esté bien, necesito tranquilizarme y dejar de pensar en lo peor. Nadie va a quitarme a Espi, mi vecino no es un psicópata, nadie está acechándome allí afuera.

—Tal vez deberías contratar una niñera para Espi —me comenta Marcelo, mientras ordenamos los materiales para pintar unos jarrones que debemos tener listos para el fin de semana.

—Lo he pensado, pero prefiero tenerla aquí conmigo. Nadie puede cuidarla mejor que yo. Además, en cuanto esté bien, volverá al jardín.

—Igual creo que estaría mejor en tu casa que dando vueltas por aquí. Debe aburrirse un montón.

—El mejor lugar para una niña es junto a su madre y mientras tenga crayones no se aburrirá... —miro el sillón donde dormía hasta hace unos minutos y no está. El miedo me invade y comienzo a buscarla por todas partes. No sé por qué estoy tan asustada, ha estado aquí decenas de veces y nunca ha pasado nada.

—Veré si está en el segundo piso —dice Marcelo, subiendo las escaleras, mientras yo voy a la parte de atrás. Allí Lía y Antonio trabajan en los hornos, cociendo las piezas que hemos pintado.

En cuanto entro y antes de alcanzar a preguntarles por la niña, la veo en una esquina a punto de tomar unas piezas en la zona de enfriamiento.

—¡ESPI, NO TOQUES ESO!

Por más que corro y grito, no logro detenerla. Cuando llegamos a su lado ella mira su pequeña mano, cuya palma está desfigurada. Caigo al suelo, sin querer creer lo que ocurre. Lía llega con un paño mojado y se lo envuelve en la mano.

—¡Hay que llevarla al hospital! —grita Antonio y lo oigo como si estuviera a metros de distancia.

—¡Libi, reacciona! —Antonio me levanta y sacude. Sólo entonces salgo del shock, cargo a Espi en mis brazos y corro hasta el auto.

Marcelo conduce a toda prisa y yo no dejo de llorar.

—Tranquila, cariño... todo estará bien —intento calmarla cuando en realidad ella está más calmada que yo. No ha derramado ni una lágrima pese a la extensa quemadura que tiene y todo es mi culpa.

Soy la peor madre que existe.

—Es mi culpa, yo... yo debí cuidarla —Marcelo me abraza mientras lloro en la sala de espera. No me han dejado entrar con ella. Pasa poco más de media hora y me llaman.

Al entrar hay un doctor esperándome y Espi no está por ningún lado.

—¿Cómo ocurrió la quemadura?

Veo en su rostro una mirada acusadora. Le cuento lo que ocurrió y sé que no me cree.

—Tiene varias cicatrices y marcas de antiguas lesiones. Escúcheme, señora. Si sufren de violencia intrafamiliar, nosotros podemos ayudarlas.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora