L Amigas íntimas

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Ariel me acompaña hasta el auto. Tiene las llaves y no muestra intenciones de devolvérmelas. Me ubico en el asiento de copiloto, no tengo energías para entrar en una discusión inútil que no servirá para nada.

—Supongo que esta vez una hamburguesa no bastará para hacerla sentir mejor —comenta mientras conduce.

Esos dibujos siguen en mi cabeza y se me han vuelto a salir unas lágrimas.

—Ni la hamburguesa más deliciosa con las papitas más crujientes y sabrosas bastarían para consolarme. No salgo de una para entrar en otra peor. Es como si estuviera maldita ¿Crees en las maldiciones?

Sé que se oye absurdo, pero así se siente. Tal vez debería ir a bautizarme a algún lado.

—Por suerte para nosotros, no creo que los malos deseos de los demás puedan lastimarnos, sólo sus acciones.

Supongo que así es.

—Del mismo modo —continúa—, no basta con nuestros deseos para que las cosas mejoren, debemos actuar.

Eso se oye tan fácil.

—¿Y qué pasa si no se sabe qué hacer?

—Se debe buscar ayuda. No podemos resolverlo todo solos y no es un signo de debilidad admitir que necesitamos de los demás.

Me quedo mirándolo con atención. Definitivamente este tipo no es un simple gorila de Illumi, él es especial.

—He estado yendo a terapia por años, pero parece que nunca es suficiente. Es como cuando juegas un videojuego y en cada nivel te aparece un enemigo más poderoso que el anterior y tus habilidades se vuelven insuficientes, así que mueres y empiezas desde cero. He empezado demasiadas veces de cero, ya no creo que pueda una más.

Las vidas se me están agotando.

—Los problemas son obstáculos en el camino. Puede buscar una ruta alterna, pero sin dejar de lado su meta o hacer lo posible por sortearlo y continuar. No debe verlo como algo que la hará retroceder, no volverá al inicio, sólo se retrasará.

Retrasarme. Me siento tan retrasada en este momento, pero supongo que aún me queda tiempo, sigo siendo joven.

—¿Illumi te ha hablado de mi?

—Él no habla de usted con sus mayordomos —responde con seriedad.

—Illumi piensa que soy una persona muy débil.

No sé por qué le digo todo esto.

—Lo importante es lo que usted piense. No somos lo que los demás creen o quieren que seamos.

—Yo también pienso que soy débil.

Él sonríe, sin apartar la mirada del camino. No sé si sea mi paranoia, pero creo que está conduciendo muy lento, como si buscara retrasar mi llegada a casa.

—¿Qué la hace pensar eso?

—Que tengo unas ganas desesperadas de beberme un vaso de whisky con doble hielo.

De sólo pensarlo se me hace agua la boca.

—Supongo que depende del uso que le dé al alcohol ¿Beber en este momento la haría sentirse mejor?

—Me haría sentir más tranquila, con menos ansiedad y menos miedo. Además, el whisky es muy rico y me encanta.

Él vuelve a sonreír.

—Si quiere, podemos pasar a comprar una botella.

Lo miro boquiabierta. No parece estar bromeando.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora