XCVIII Flores en su tumba

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Hoy es el funeral de Janine e Illumi me ha pedido que lo acompañe. Guardé pañuelos extra en mi bolso porque sé que lloraré, a eso vengo a los cementerios. Estos lugares buscan ser como grandes jardines, bellos paraísos donde las personas tienen sus últimos sueños. Aquí yacen justos y pecadores por igual. Aquí duermen July y Rafael y sé que en algún rincón olvidado también lo hace Damien.

El verdor de árboles y pastos es irrumpido por nichos blancos y mausoleos pétreos, bóvedas que brotan de la tierra, silenciosas y frías. Las aves cantan sobre la gente que llora siguiendo el cortejo fúnebre, vestidos de negro. Al llegar al lugar del descanso final, la oscura fila se detiene y despliega en torno al ataúd y al agujero en la tierra que lo acogerá. Hay muchas personas. La mayoría ha saludado a Illumi y luego a la familia de Janine. Me dijo que nadie trabajaría hoy en la empresa. La verde montaña guarda silencio por quien ha perdido y muchos de sus trabajadores han venido a darle la despedida.

El ataúd está cerrado. Illumi me contó que los asaltantes le dispararon en la cara y se la destrozaron. Sobre él, un enorme cuadro retrata a la bella mujer cuya vida se extinguió demasiado pronto. Miro su radiante sonrisa y luego los ojos llorosos de sus hijos y saco mi primer pañuelo. Un niño de unos diez años y una niña pequeña, como mi Espi, ambos están cogidos de las manos de su padre, que intenta parecer fuerte. Las lágrimas se escurren bajo sus gafas.

—No te traje aquí para que llores —me susurra Illumi con disimulo.

—Soy libre de sentir lo que quiera.

Y lloro por ambos porque sé que él no lo hará.

El viudo le dedica unas sentidas palabras a su esposa, cargadas del afecto que le profesaba y más lloro. "He perdido la mitad de mi corazón", dice él, con la voz temblorosa, "la mitad de mi alma". No quiero ni imaginar lo que él siente, no puedo. Otros familiares hablan también y el ataúd es dejado caer lentamente en el agujero, con la triste melodía de los llantos y lamentos intensificándose. Es el último adiós y todos se van acercando a dejar caer las flores que cargan. Yo también tengo un ramo. Cuando gran parte de las personas se han dispersado nos acercamos.

—Señor Klosse, muchas gracias por venir. Janine era feliz trabajando para usted.

—Nunca podré encontrar una secretaria tan buena como ella.

Así él expresa su tristeza y lo mucho que la extrañará. Tras esas frías palabras esconde su pésame.

—Tu cabello es muy bonito —me dice la hijita de Janine— ¿Eras amiga de mi mami?

Agachándome junto a ella ordeno el cuello de su abrigo, que se había quedado doblado hacia dentro. Hoy su madre no la ha vestido y ya jamás lo hará.

—Sólo la vi una vez, pero sé que tocaba el piano muy bien y que escribía muy rápido.

—Yo también voy a tocar el piano y voy a escribir tan rápido como ella —promete la pequeña junto a la tumba de su madre.

—Ella estará feliz si ve que tú también eres feliz y te amará por siempre aunque ya no puedas verla. Ella ahora está aquí —poso mi mano en su pecho y ella me abraza.

Ella estará bien. Tiene a su padre, a su hermano y el dulce recuerdo de una madre que la amaba.

Vuelvo a ponerme de pie y busco la mano de Illumi.

—Cuando Janine entró a trabajar a su empresa, le dije ¿por qué una secretaria debe contratar un seguro de vida? Estarás todo el día sentada, es absurdo. Jamás pensé que... que...

El hombre se quiebra. La niña se abraza a su pierna y recibe una caricia en la cabeza.

—Muchas gracias por toda su ayuda, señor Klosse. Estaré eternamente agradecido.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora