LXXIV Abismo

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Lentamente mi cuerpo empieza a salir de lo que se siente como un largo sueño. No fue la luz que atraviesa mis párpados lo que me despertó, sino el chocante toque, acompañado por una indescriptible repugnancia.

Un beso en la mejilla, cerca de mi boca.

—¡Illumi, no! —grito, apartándome hasta llegar al borde de la cama. Me cubro la cara, temblando.

—Mi papi no está aquí.

Al atreverme a mirar, es Espi quien está junto a mí, sólo ella y yo en la blanca habitación.

—¡Bebé! —La abrazo, inundándome en su dulce aroma, dejándome invadir por su calor.

Mi hermosa niña está a salvo, comfirmándome que ninguno de los gritos que tanto me aterraron fue real, sólo una pesadilla, la peor de todas las pesadillas.

Y el beso fue de ella.

—Mi papi dijo que te lastimaste un pie y vine a cuidarte, mami.

Ella lleva un hermoso disfraz de enfermera y deja un pequeño maletín sobre la cama. Se pone un estetoscopio y busca el latido de mi corazón.

—Tu corazón se oye muy rápido, mami. Necesitas descansar —vuelve a buscar algo en su maletín mientras inspecciono el estetoscopio.

No parece de plástico.

Lo pongo en mis oídos y oigo el retumbar de mi propio corazón. Esto no es un juguete.

—Mami, tendré que ponerte una inyección.

La miro con espanto, temiendo por lo que vaya a sacar de ese maletín. Resulta ser una jeringa de verdad, pero no tiene aguja. Hace como que saca la medicina de un pequeño frasco, le da unos golpecitos a la jeringa y me pone la inyección en el brazo.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso?

Ella parece nerviosa y guarda la jeringa.

—Lo he visto cuando... cuando me he enfermado. Así hacen los médicos... Mami, déjame ver tu pie.

Ella está mintiendo. Algo oculta y creo que tiene que ver con su condición. No sabe que estoy enterada de todo.

—Bebé. Tú eres lo que más amo en el mundo. Lo sabes ¿Verdad?

Ella asiente, sin mirarme.

—Si antes hice cosas que te asustaron o lastimaron, fue porque no estaba bien y lo lamento mucho. No volverá a pasar, te lo prometo.

Ella vuelve a asentir. La atraigo para verla de cerca.

—Mami, tu pie ya está listo. Ahora sanará muy pronto.

Sobre la férula que inmoviliza mi pulgar y a otros tres de mis dedos, ella ha pegado banditas con corazones.

Me sonríe. Es una radiante sonrisa, tan radiante y falsa como la que yo uso a veces. Con el estetoscopio, noto que su corazón late mucho más rápido que el mío y la abrazo.

—Pase lo que pase, yo siempre voy a quererte... A ti y a Desi.

Ella se tensa. Su pequeño y cálido cuerpo se pone rígido, frío, distante. Se aparta.

—Vendré más tarde para ver cómo sigue tu pie.

La llamo, pero no logro evitar que deje la habitación.

Mierda ¿Qué acabo de hacer?

Sus ojos se veían tan apagados e inexpresivos como los de Illumi. Salgo rápido de la cama y corro, ignorando el tirón que siento en el pie. Cuando estoy por cruzar el umbral, Ariel aparece y chocamos. Me pisa el dedo que perdió la uña y el dolor penetrante sube por mi pierna, arrancándome un grito. Me tambaleo, saltando sobre el pie bueno. Él intenta afirmarme, muy apenado, pero terminamos perdiendo el equilibrio. Caemos sobre la cama en una pésima posición.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora