XXVII Despedida

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No siento dolor. Mi cuerpo es sólo un cascarón que ya se ha quebrado demasiadas veces. Las marcas se reparten por doquier y he borrado una de las peores.

Ya no tendré que ver ese nombre cada vez que me mire al espejo, ni sentirlo cuando toque mi vientre.

Ya no le pertenezco ni a él ni a nadie.
Sin embargo, no me siento libre.

He perdido a Espi.

Y a Lucy.

Y mi libertad también.

Tras una semana en el hospital, llego a casa en un taxi. Lucy jamás volvió a visitarme.

El lugar es un desastre. Hay botellas de alcohol por doquier y a la cocina no se puede entrar. El charco de sangre se extiende como una alfombra ocre, decorada con pequeños trozos de piel seca y siento un pequeño tirón en el vientre.

Esta casa ya no es un hogar. Su silencio, soledad y tristeza la asemejan más bien a una tumba.

Mi tumba.

Voy hasta el sillón y me dejo caer en él. Mi cuerpo no duele y poco a poco termino por dormirme.

Al despertar, la noche y su oscuridad han invadido el lugar, con un aire cálido y deprimente que me sofoca.

Camino en busca de aire fresco, de alivio y llego al cuarto de Espi. De una repisa saco nuestro álbum de fotos y me siento a verlo, apoyada en el conejo gigante.

Nuestros momentos felices se retratan en esas hojas, donde la dicha, que me fue escasa toda una vida, se concentró en un sólo año.

El mejor año de mi vida.

Un año donde viví el sueño más maravilloso de todos, el que siempre quise cumplir: tener una familia.

Pero Illumi regresó y me despertó. Y donde una vez hubo una pequeña familia feliz y un dulce hogar ahora sólo hay desolación.

Me detengo en una de las fotos, que fue tomada durante un día de playa hace unos meses. Espi y yo estamos abrazadas y sonreímos. Parecemos tan felices que casi parece que se tratara de otras personas.

La hermosa y joven mujer, tan llena de vida y con el cabello al viento, no se parece en nada a la sombra desgarrada que sostiene en su mano la fotografía; la maravillosa niña, cuyos ojos brillan como mil estrellas, está a años luz de la criatura maltratada y vacía, que dibujaba en aquel video.

Yo desperté de ese sueño y ella también.

Ahora que lo pienso, fui muy egoísta al convertirla en mi hija. Ella podría haber encontrado una familia normal y bien constituida, que le diera una vida normal y feliz. Pero mi deseo de tener una familia fue más fuerte. Quise creer que estaría a la altura y que podría darle una a ella también.

Pensé que podría acabar con su dolor, cuando la realidad es que ni siquiera puedo con el mío.

Y acabé arruinándolo todo, como siempre. La traje a mi vida de mierda y ella terminó hundida hasta el fondo, igual que yo. La usé para intentar llenar el vacío que sentía y ahora está secuestrada por un desquiciado, que la trata como una carnada y no puedo hacer nada para salvarla.

O casi nada.

Aún hay algo que puedo hacer. Quizás todo está perdido para mí, pero ella tiene una oportunidad de salvarse.

Si no hay peces, no se necesita una carnada. De ese modo, ella podrá ser libre.

Aferro la foto de la playa y me despido del conejo que aún huele a mi niña. Entro a la asquerosa cocina y, pese al calor que me sofoca, cierro bien la puerta y la ventana.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora