LVII Atrapados I

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—No conduzcas tan rápido.

Es la tercera vez que me lo dice y la tercera que lo ignoro. Por un lado, no quiero que se desangre en el auto y por el otro, quiero que este viaje acabe lo más pronto posible.

—Podrías atropellar a alguien —agrega.

Retiro lo dicho sobre su desangramiento.

Lo está haciendo de nuevo, me acorrala entre dos opciones en que no puedo decidir. Debería postularse para ser juez del examen del cazador.

¿Por qué pienso en eso ahora?

Voy a volverme loca.

Intento reducir un poco la velocidad, sólo un poco y lo hago por precaución, tengo los nervios de punta.

—¿Qué tal tu trabajo en el taller? —pregunta de pronto.

¿Por qué me hace una pregunta así ahora?

¿Qué mierda le importa?

—Estoy nerviosa, no me hables.

—Hay mucho de lo que debemos hablar. Nunca hablamos lo suficiente.

El corazón me da un brinco. Este tipo quiere desquiciarme.

—Es tarde para eso.

Él suspira y un escalofrío me recorre. No voy a aguantar. En cualquier momento abro la puerta y salgo arrancando.

Nos detenemos en la luz roja y cuento los segundos, anhelante, expectante, deseosa de ver el verde por fin hasta que llega, pero el auto de adelante no avanza. Toco la bocina, impaciente y nada.

—¡El semáforo ya cambió, mueve tu puto auto! —le grito por la ventanilla.

El imbécil asoma su mano y me levanta el dedo medio. Y la ira arde con desesperación, cegándome. Piso el acelerador para embestirlo, completamente fuera de mí, pero el pie de Illumi se interpone, pisando el freno. Los neumáticos chirrían contra el asfalto, quemándose cuando el auto se detiene de golpe.

El infeliz por fin parte y lo veo alejarse. Illumi sigue con su pie en el freno, rozando con su pierna las mías y me paralizo.

—Tranquilízate y respira —ordena.

Lo hago, no sé porqué, pero le obedezco. Cierro los ojos, inhalando a toda la capacidad de mis pulmones y exhalo lentamente. Repito hasta que dejo de sentir la pierna de Illumi y puedo retomar la marcha en medio de los bocinazos que ahora se dirigen a mí.

—Supongo que reprobaste la terapia de control de impulsos.

Y se sigue burlando.

Aguanta, Libi, tú puedes. Demuéstrale lo fuerte que puedes ser, demuéstrale que no puede controlarte.

—Es difícil no perder la calma cuando hay imbéciles que insiten en provocarte —mascullo.

Decir aquello me hace sentir mejor y sigo mi camino a velocidad moderada. Busco la ruta para acceder a la autopista. Allí pisaré el acelerador a fondo y llegaremos en pocos minutos al centro, donde está su edificio.

Alcanzamos a andar unos cuantos kilómetros cuando me encuentro con autos detenidos y un atochamiento descomunal.

¿Ahora qué mierda pasó?

A lo lejos se oyen sirenas de ambulancias. Definitivamente debe haber ocurrido un accidente ahí adelante. A unos cuantos metros tras nosotros estaba la salida anterior, si retrocedo podría lograr salir. Miro por el retrovisor y hay algunos autos en mi pista, pero no en la de al lado.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora