LXXIII Olvido y recuerdos

314 43 55
                                        

Pataleo en el aire inútilmente mientras me sostiene y sujeta mis manos, inmovilizándolas. No tengo fuerzas para oponer la menor resistencia y mi corazón late con absoluto descontrol, ardiendo en mi pecho. Apenas puedo respirar y mis oídos siguen inundándose de los gritos de Espi.

Y no puedo ayudarla.

El hombre me lleva dentro del ascensor y me suelta. Forcejeamos. Por todos los medios intento salir de allí para ir por mi hija, pero no me lo permite. Un empujón contra el muro del fondo basta para aturdirme un poco y me aprisiona contra él.

Los gritos de mi bebé cesan, siendo reemplazados por un pitido que hace zumbar mi cabeza.

Sus manos aferran fuertemente a las mías y su cadera me empuja, ubicándose entre mis piernas, dejándome sin ninguna posibilidad de escape, poniendo en evidencia mi dolorosa inferioridad.

Y los números no cambian. El ascensor se ha detenido.

—¡Tranquilízate de una vez! —grita Illumi. Sus ojos desbordan ira y su voz resuena junto al pitido, desvaneciéndose juntos.

—¡Tengo que ir por Espi! ¡Es mi hija, no puedes negarme que vea a mi hija! ¡Suéltame!

No lo hace. Y su molestia sólo aumenta. Su verdadera cara por fin está saliendo y se ha atrevido a lastimar a mi niña.

—¿Y vienes a verla cargando un cuchillo?

Sólo entonces soy consciente del mango entre mis dedos. Lo aferro con más fuerza, sintiendo que él hace lo mismo con mis muñecas.

—¡Ella estaba gritando! ¡¿Qué le hiciste?! Es sólo una niña inocente, por favor... ¡No la lastimes!

—Suelta el cuchillo —ordena, viéndome fijamente como si sus ojos trataran de hipnotizarme.

—¡Ella lloraba!... ¡Por favor, déjame verla! Tengo que protegerla...

—Yo también y no vas a acercarte a ella con un cuchillo.

Lo suelto inmediatamente. El sonido que hace al golpear el piso metálico inunda el pequeño espacio hasta volverse un murmullo y extinguirse por fin.

—El cuchillo era para salvarla, no para lastimarla... Illumi, alguien le está haciendo daño, déjame ir a verla.

Su mirada me escudriña, juzgándome.

—Son las tres de la mañana. Que vivas en el mismo edificio que nosotros, no te da derecho a ir al penthouse cuando se te de la gana y menos haciendo un espectáculo.

Él no me escucha. No le importa lo que le pase a mi hija, nunca le ha importado, es un farsante.

—¡Ella estaba llorando y gritando por ayuda! ¡Suéltame de una puta vez!

Se aparta y cuando creo que por fin me dejará, me carga sobre su hombro. Vuelvo a patalear y golpeo y pellizco su espalda. El ascensor empieza a moverse y pronto bajamos. Me lleva de regreso a mi departamento, dejándome caer sobre la cama.

¡No, la cama no! No quiero estar en una cama con él, no quiero que me toque.

Y no hay nada que pueda hacer, nadie a quien pedir ayuda. Estoy perdida, otra vez.

—Illumi, por favor no...

—Libi, tranquilízate y escúchame. Nada le pasa a Esperanza. Los únicos gritos en el penthouse fueron los tuyos cuando entraste como una histérica cargando un cuchillo . No podía dejar que la niña te viera así, hubiese sido perjudicial para su condición.

No es cierto. Me está mintiendo.

—Ella gritaba... Yo la oí y fui de inmediato...

—¿La oíste desde aquí?

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora