CXXI Sueños y ovejas

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Narra Illumi

Iver me avisa que el cuerpo ya está en el laboratorio. No es el de Espi, lo sé. Lo sé por varias razones, la primera es que mi hija no se dejaría matar tan fácilmente. La segunda, si esa mujer busca lastimar a Libi, se habría asegurado de que el cadáver fuera fácilmente reconocible. Con esas razones me basta, no necesito más.

En la sala hay otra tres personas, el médico, la enfermera y Kansai. Sobre la camilla metálica hay un bulto cubierto con una manta blanca.

—¿Tiene cabeza?

Hiro, el médico, se sobresalta. Asiente, aferrando unos archivos en sus manos. El historial médico de Espi.

La enfermera me entrega unos guantes de látex y una mascarilla. Kansai, ataviado con las mismas protecciones, desliza la manta. Oigo expresiones de sorpresa a mi espalda. La mascarilla no evita que el intenso aroma llegue a mi nariz.

Es un cuerpo pequeño, del tamaño de Espi. La  carbonización ha dejado los huesos expuestos en algunas zonas. Sólo una masa carnosa queda donde una vez hubo un rostro, sin expresión más que algo parecido a una sonrisa debido a la ausencia de labios. Espi no sonríe así.

Los dedos de sus manos están retorcidos. Debió estar viva cuando comenzó a quemarse.

Si Libi la viera, lloraría. Lloraría aunque le dijera que no es nuestra hija. Ella diría que es el bebé de alguien más y sufriría por eso. Supongo que si no fuera ese tipo de persona, jamás hubiera podido hallar en su corazón un espacio para mí.

Ella lloraría y jamás podría volver a comer carne.

Me acerco de una vez al pequeño cráneo. Con ayuda de Hiro logro ver el interior. Mi aguja no está. Yo la puse en Espi para manipular sus recuerdos. Debería estar allí y no está.

—No es —digo, yendo hasta el basurero donde boto los guantes y la mascarilla—. Cuando resolvamos lo de mi hija, quiero que te encargues de quien hizo esto.

Es lo que Libi querría.

—Sí, amo Illumi.

Inhalo profundamente una vez estoy fuera. Voy al ascensor. Creo que empezaré a tener jaqueca en cualquier momento. En la sala del penthouse está Libi.

—¿Ya se sabe algo? —pregunta, con los ojos brillantes.

Mi respuesta la hará llorar o gritar. No quiero que haga ninguno de los dos.

—¿Quieres comer? Déjame cocinar para ti.

Antes de que pueda negarse la cargo en mis brazos hasta la cocina. La siento frente a la isla. Libi ama las pastas, en especial los ravioles. Hay de varios tipos por aquí. Se los serviré con verduras y mi salsa especial. No podrá negarse. Dejo todo cociendo y me vuelvo a verla. Está abrazando el plato donde Espi pone las galletas que prepara. Silenciosas lágrimas caen por su rostro.

Me palpita la cabeza.

—Ella volverá a llenar ese plato, ya verás.

Su cuerpo se siente tan frío y lejano, tan ausente. Se me escapa de las manos.

—¿Lo juras?

—Claro que sí ¿Cuándo te he mentido?

Sus labios apretados tiemblan y finalmente deja escapar una sonrisa. Ríe sin dejar de llorar y me abraza. Es mucho más fácil de tratar cuando es así de suave. No está más tranquila, está cansada. Su cuerpo y su mente ya han sufrido demasiado.

—Si tienes a mucha gente buscándola ¿Por qué no la han encontrado? Ni siquiera K la ha encontrado.

—Seguramente algo la distrajo. ¿Qué podría haber sido?

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora