XLVIII La pesadilla

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Los finos tacones de la mujer resuenan en la brillante cerámica marmoleada hasta que llega frente a mí, viéndome con curiosidad.  

—¿Quién eres tú? —pregunta, antes de que yo salga de la impresión que su presencia aquí me ha causado.

Torpemente me quedo pensando en la respuesta.

¿Quien soy?

La ex novia de Illumi.

La madre de Espi.

La desastrosa mujer que es incapaz de mantener una relación estable, y cuyas consecuencias lleva grabadas en la piel, como tatuajes.

—Libertad —le respondo, esforzándome para que mi voz se oiga tan firme como la de ella—. Soy la madre de Esperanza.

Una pequeña arruga, casi imperceptible, aparece de pronto en su entrecejo, denotando la molestia que le causa lo que acabo de decirle. Me mira de arriba abajo, como si intentara convencerse de algo.

—Karen, esperaré a Illumi en su despacho —dice con ligereza, pasando por mi lado.

Lo conoce. Lo ha llamado por su nombre real.

—Espere. No me ha dicho quién es usted.

Ella voltea y sonríe, como si le hubiera contado un chiste o mi cara fuera la de un payaso.

—Llévame un café, con crema y sin azúcar. Y asegúrate de que esté tibio, no como la última vez —le ordena a Karen, para seguir con su camino y perderse por un pasillo.

Como si fuera su casa. Y encima de todo me ignora.

¡Y le da órdenes a Karen! ¡Ella es la niñera de mi hija, no su puta empleada!

—¡¿Quién mierda es esa mujer?!

Karen suspira, sacando su teléfono.

—Ella trabaja con el amo Illumi.

—¡¿Es una asesina?!

Cómo puede ser tan irresponsable para traer a alguien así donde está Espi.

Karen suelta algo que parece una risa.

—Claro que no. Ella es la CEO de una importante compañía.

Cada vez entiendo menos.

—¿Le vas a preparar un café? —pregunto, indignada todavía por el modo en que le habló.

—Ni en sueños haría algo así. He llamado a una de las sirvientas para que lo haga.

Casi al instante, el ascensor vuelve a oírse y entra una mujer con traje típico de sirvienta, muy fuera de época para mi gusto. Creo que es idéntico al que usaban las sirvientas que había en la mansión Zoldyck. Me saluda con una reverencia y se va por el pasillo que lleva a la cocina.

—¿Y esa mujer viene muy seguido?

Karen rueda los ojos. Definitivamente la fachada de robot se le ha ido. ¿O será que sólo fingía indiferencia? Tal vez es un requisito que Illumi pone en las solicitudes de empleo.

Como sea, todo este lío infernal me ha causado jaqueca y voy a la sala a esperar. No me iré de aquí sin saber qué le ocurre a Espi. Karen me sirve otro té y me da un analgésico. Se sienta conmigo y conversamos. De vez en cuando mira su teléfono, por el que tiene acceso a las cámaras de vigilancia en el cuarto de mi hija, que sigue durmiendo tranquilamente.

Cerca de diez minutos después, el sonido del ascensor me hace saltar del asiento y corro hasta él. Quién diría que yo correría para ver a Illumi.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora