LXII Cautiverio infeliz

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En cuanto lo veo, me devuelvo a la celda.

—¡Yo no voy a ir a ninguna parte con él! Abra la celda, me quedo aquí —me aferro de los barrotes con determinación.

—Señorita, la cárcel es para los criminales —dice el policía.

—¡Si me deja ir, voy a conseguir otra pistola y voy a matar a alguien!

Él intenta hacerme soltar los barrotes. No entiendo por qué no escucha lo que le digo ¿Es imbécil?

—Usted no va a matar a nadie. Estamos al tanto de la situación y buscaremos a quien la está amenazando.

Me suelto de la pura impresión, los brazos me tiemblan como gelatina.

Debió ser Illumi.

—Pero... ¡Compré un arma ilegal! Y yo... ¡Intenté darme a la fuga! Incluso choqué con una patrulla —lo jalo del uniforme, desesperada.

¡Deme cadena perpetua, pero no me deje ir con Illumi!

—Señorita, sabemos que la llamada anónima alertándonos de la transacción la hizo usted. Vaya a casa y descanse, nosotros nos encargaremos, para eso estamos.

El hombre me da una mirada cargada de serenidad y compasión. Me siento tan estúpida, todo me sale mal.

—Pero... agredí a un policía.

—Usted no...

Le doy un rodillazo en la entrepierna, poseída por la locura. El hombre se dobla en una mueca de dolor y toda la serenidad se va de sus ojos.

—¡Llévesela antes de que me arrepienta! —masculla entre dientes, con mirada asesina.

Illumi me jala del brazo y yo sigo sin creer que después de ese ataque me dejen ir.

¡En este país la justicia no existe!

—¡Suéltame! —le exijo, mientras caminamos a la salida.

—No hasta que te calmes.

—¡Eso no va a pasar mientras tú estés en este mundo! —forcejeo hasta que por fin me suelta.

Ya estamos en la calle.

—Sólo intento ayudarte.

—¡Yo no quiero tu ayuda, quiero que te mueras!

Salgo corriendo, sin importarme si hay luz verde o roja. Oigo bocinazos y autos frenando y sólo sigo corriendo, desesperada, furiosa; impotente. Corro hasta que mis piernas duelen y mis pulmones arden, hasta que ya no tengo energías para ir a ningún lugar más. Termino exhausta y abatida, a varias cuadras de la estación de policía.

Me apoyo en las rodillas, respirando a bocanadas y con el corazón deshecho. Quería dejar todo atrás, sobre todo a él, pero en cuanto abro los ojos, es lo primero que veo.

Illumi está frente a mí. Ha llegado en un parpadeo, sin que se le agite un cabello, sin sudar siquiera mientras yo estoy casi escupiendo sangre.

Y la conclusión es innegable y demoledora: jamás podré escapar de él. A donde vaya, me seguirá como una sombra.

Toda la ira se ha desvanecido, ya ni para estar enojada tengo fuerzas. Sólo me queda el miedo paralizante que no me deja pensar y el dolor agudo que me impide respirar. Me derrumbo sobre el pasto en medio de un solitario parque.

Y lloro.

Tal vez si hubiera llorado desde el principio en vez de querer hacerme la valiente las cosas no habrían acabado tan mal.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora