III Adicción

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Sigo sin encontrarla y el no tener el control sobre la situación me enerva. Siento deseos de romper el cuello de los mayordomos cada vez que en sus reportes no hay una novedad.

La clave está en Ken. Ese hijo de puta traidor que se robó lo que era mío.

Debo saberlo todo sobre él y cuando lo encuentre, lo mataré, no sin antes despojarlo de todo cuanto ama. Si tiene familia la asesinaré frente a sus ojos o tal vez sería mejor usar una aguja para que sea él quien los mate. Y grabarlo, así ver lo que ha hecho lo enloquecerá. Sí, ese será un buen castigo.

Y ¿Qué castigo será adecuado y suficiente para ella? No le importó que la amenazara con usar una aguja, aun así huyó de mí. Se ha burlado y no merece mi piedad. Cuando la encuentre, la someteré a tal punto que hasta para tomar la más mínima decisión necesitará de mí.

No volverá a salir del dormitorio, voy a encadenarla... y marcarla, para que no se le olvide a quién pertenece. Y cuando su voluntad por fin se rinda ante mí y su existencia tenga el sentido que yo quiera darle, recién ahí usaré una aguja. Quiero ver la expresión de sus ojos en ese momento, cuando comprenda que quien manda soy yo.

En las últimas catorce horas el único sonido en el departamento ha sido el de mi garganta, abriéndole paso al alcohol, el inútil líquido que no me da el consuelo que promete.

Hace casi dos días, las voces se callaron para siempre. Los inútiles mayordomos no me fueron de ayuda. Cometieron errores, el peor de ellos fue dejar que ese impostor entrara a la mansión.

En el fondo sé que el error fue mío. Si hubiese sido yo mismo, él jamás habría logrado acercarse tanto, jamás habría podido jugar conmigo como lo hizo.

Creo que tengo un problema.

Un recuerdo vino a mí. Fue de aquel momento en que descubrí que Libertad me había mentido para proteger a ese imbécil de Damien. Dijo que había sido un accidente, pero él la había golpeado.

—¡¿Por qué?! —le exigí que me explicara, mientras intentaba aguantar la ira que quemaba mis entrañas.

Ella se mantenía en silencio, aturdida, descubierta en sus mentiras, débil.

—¿Por qué lo proteges después del daño que te ha hecho? ¿por qué te culpas a ti misma? ¿por qué, a pesar de todo, lo amas?

—Illumi... yo... no sé... —incapaz de sostenerme la mirada, se dedicaba a temblar. Había sido incluso capaz de golpear a su "amiga" y todo por ese infeliz. ¿Sería capaz de golpearla por mí?

Su respiración se volvía cada vez más agitada y en cuanto noté cómo se clavaba las uñas en los brazos, la sacudí con fuerza.

—¡Ya deja de hacer eso! —grité más fuerte de lo que deseaba y me miró con terror. Odié esa mirada en ella, odié el modo en que él la controlaba.

Su control era más fuerte que el mío.

—¿Por qué te asustas de mí, si nunca te he lastimado? ¡Es a él a quien deberías temer! ¡A él! —terminé empujándola sobre la cama, de la que se levantó de prisa para seguirme.

—¡Illumi... por favor... no lo lastimes! ¡Fue mi culpa... no le hagas daño... por favor...!

Odié el tono lastimero y sumiso con el que me suplicaba por él, odié verla convertida en una criatura tan insignificante, tan dependiente que parecía vacía, odié que en ese momento le perteneciera a alguien más y se olvidara de ella misma.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora