LXXII Gritos en la noche

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Mi respiración se detiene por breves segundos en que mi cerebro, aturdido, me lleva de regreso a ese sótano.

El sonido repugnante de su voz.

El aroma a humedad.

Y a piel quemada.

Mi vientre se aprieta y arde, como entonces.

—¿Qué?...

Él deja su lugar tras la barra para ponerse junto a mí.

La profecía se ha cumplido. Ahora vuelvo a estar aterrada.

—Él tenía un hermano ¿No lo sabías?

—No... no le gustaba hablar de su familia. ¿Desde cuándo sabes de él?

—Poco después de mi regreso. Investigué todo respecto a Damien. El hermano estaba en otra ciudad en ese entonces, no le di importancia, pero ahora está aquí.

—¿Crees que quiera vengarse de mí?

Todo lo que hice fue en defensa propia.

—Es una posibilidad.

—¿No se lo has preguntado?

Puede sonar estúpido, pero a Illumi nadie podría ocultarle información si usa sus agujas.

—No sé dónde está. Eso es lo que más me hace sospechar.

Mierda. Esto se pone cada vez peor. Sin pensarlo, estiro el brazo hasta alcanzar la botella de whisky que Illumi dejó en la barra. Me sirvo media taza y me la bebo de un trago. Mi cuerpo arde a su paso y pide más, pero no se lo daré, no quiero estar ebria ahora. Ni nunca. Necesito todos mis sentidos atentos a lo que sea que pase.

Ahora sí que me aterra la idea de salir de aquí.

—No dejaré que se te acerque —dice él, sobando mi espalda.

—¿Hay alguien más que sea sospechoso?

Illumi asiente y yo maldigo a mi suerte.

—El tipo del centro comercial, el que te demandó por agresión.

Es cierto, ya ni me acordaba de él. Ahora sospecho hasta del guardia al que le pegué con el alicate. Mi paranoia está subiendo a una velocidad alarmante y tanto alcohol frente a mí no ayuda.

—Entonces ¿Qué había en mi teléfono?

—Amenazas —dice por fin—. Tengo a un equipo especializado investigando y Lucy pidió una copia de los datos para que lo investigue ese pobre infeliz al que llama novio.

Mis intentos por reír son inútiles. Quiero acurrucarme en la cama y salir cuando esta tormenta haya acabado.

—Si quieres, puedes pasar la noche en el penthouse —ofrece cuando me levanto—. Hay una habitación para invitados.

Rechazo su propuesta y voy hacia el ascensor. Él me acompaña y su rostro es lo último que veo cuando las puertas se cierran. En el pequeño ascensor, el asfixiante encierro que antes me abrumaba ahora me resulta acogedor y sé que eso no es bueno. Mi corazón, acelerado por la taquicardia, hace temblar a mi cuerpo entero. Salgo tambaleando y miro con cautela a ambos lados del pasillo. Soy la única ocupante de este piso, pero desconfío hasta de las sombras.

Lo primero que hago al entrar es cerrar bien las ventanas. Luego, registro todo el lugar para asegurarme que estoy sola. Conforme con mi búsqueda, me meto en la cama, no sin antes guardar un cuchillo bajo la almohada.

Y trancar con una silla la puerta del dormitorio.

Tras un buen rato de dar vueltas en la cama, miro mi teléfono. Han pasado dos horas y no logro dormirme. El frasco de somníferos está en el cajón del velador. Me siento tentada de tomar sólo una, para dormirme por fin y acallar todo este ruido en mi cabeza, para dejar de estar tan asustada y que mi corazón se relaje.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora