XXXII Tormenta

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Cuando recibo la llamada de Karen no puedo evitar sentir desconfianza.

Puede tratarse de otra trampa de Illumi y debo estar preparada. No quiero hacerme muchas ilusiones al respecto, pero cómo evitarlo, si se trata de mi hija y nunca habíamos estado separadas tanto tiempo.

Esta vez no prepararé galletas, pero sí quiero comprar algo para ella, así que parto en busca del regalo perfecto.

Llego hasta una tienda de juguetes en el centro comercial. Hay otras madres allí, junto a sus hijos. El melodioso sonido de sus risas infantiles me llena los ojos de lágrimas.

¿Será que volveré a oír la risa de mi Espi?

Lo que más me aterra es descubrir que Illumi la haya cambiado, que la haya convertido en alguien diferente, algo diferente.

En algo como él.

Me torturo imaginando cómo podría ayudarla si ese fuera el caso, cómo salvarla si la ha convertido en un arma para ser usada en mi contra.

—¿Se encuentra bien?

Una vendedora se me acerca. Estoy llorando y temblando en medio el pasillo.

—Sí... Estoy bien —limpio mis lágrimas y respiro profundamente—. Busco un regalo para una niña de cuatro años.

—Acompáñeme —dice con amabilidad.

La sigo y termina mostrándome varias alternativas. Desde muñecas y peluches a estaciones interactivas.

Uno de los peluches es un conejo. Inevitablemente me lleva junto a Alex y a los tortuosos recuerdos que lo acompañan.

Y la ansiedad sigue creciendo.

—Llevaré una estación interactiva.

—Bien. Tenemos algunas que estimulan la motricidad.

—Sí, quiero una de esas.

—Esta viene con una mesa armable y bloques magnéticos. Podrá construir figuras y comenzar a aprender los colores, a la vez de potenciar su imaginación.

Me parece un regalo perfecto.

Llevo la caja, que resultó ser bastante grande, hasta el auto y al subir descubro que he olvidado mi billetera.

Vuelvo a toda velocidad a la tienda y afortunadamente, la vendedora la había guardado.

Es reconfortante saber que aún quedan personas decentes en el mundo.

Cansada por la corrida desde el estacionamiento, me ubico en una fila para comprar un refresco. No es un día caluroso, pero siento que mi cerebro está en llamas.

Recién son las doce, así que puedo tomarme unos minutos para relajarme.

—¿Puedes decirme la hora? Si no es mucha molestia —pregunta el tipo que está detrás de mí en la fila.

—Las doce —le digo brevemente.

—¿Andas sola? Te invito una cerveza.

Debe ser una broma.

—No, gracias.

—Vamos, no seas maleducada. Te estoy invitando —insiste y siento que mis piernas comienzan a temblar.

—Te dije que no, así que deja de molestarme.

Miro en los alrededores buscando algún guardia, pero no veo ninguno.

Cuando pienso que el tipo por fin ha comprendido, hace algo que acaba con la frágil paciencia que me queda.

Me aprieta una nalga.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora