VIII Ultimátum

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Llegué temprano a la clínica, preparada para pelear por Espi. Si no me dejan verla, encontraré alguna forma de llevármela, ya tengo vistas algunas rutas de escape. Nadie va a quitarme a mi hija.

Saludo a la recepcionista, quien me observa seriamente mientras ingresa el nombre de Espi en su computadora.

—La paciente está de alta, ya puede llevársela —informa sonriente y me parece que se ha transformado de pronto en otra persona. No me quedo a preguntar si la información es correcta y  voy rápido a la sala donde la tienen.

Y allí está ella. Su pálido rostro se ilumina al verme y la estrecho en un fuerte abrazo, como si hubieran pasado años desde la última vez que la vi. Tomo su ropa del mueble junto a la camilla y la visto para llevármela cuanto antes, por si todo se trata de un error. Cuando vamos saliendo el doctor entra con una ficha médica en la mano. Retrocedo, poniéndome a la defensiva mientras aferro a Espi en mis brazos.

—Llegué justo a tiempo —dice fríamente, avanzando hacia mí—. Estos son los medicamentos que la niña debe tomar —tomo con incredulidad la receta que me extiende. Pareciera que ha olvidado todo lo que me dijo ayer, como si jamás hubiera sucedido. Quizás fue un error y Espi no tiene ninguna otra lesión a parte de la quemadura. Me da miedo preguntarle, pero tengo que hacerlo, es mi responsabilidad como madre.

—Di-disculpe... sobre las micro fracturas de las que habló antes... creo que ocurrieron en el jardín al que la llevaba... yo jamás lastimaría a mi hija.

—Debe venir tres veces a la semana para curaciones. Evite que la herida se moje y recuerde ponerle la crema cicatrizante. Que tengan buen día.

El hombre sale de la habitación y siento que estoy soñando. Evitó completamente el tema, como si no hubiera oído nada. Salgo rápido del lugar, tengo un mal presentimiento y lo único que quiero es llegar a casa pronto.

Alex está afuera cuando me estaciono. Camina hacia el auto, sonriente. Trae un paquete envuelto en papel de regalo que le entrega a Espi después de abrazarla afectuosamente. Para mi sorpresa, aquel gesto no me incomoda, por el contrario. Él cuidó de mí, ayudándome cuando más lo necesitaba y también podría cuidar de mi hija.

Acepta el café que le invito y entramos a la casa. El regalo resultó ser un oso de peluche y a la niña le encanta. Va a su dormitorio y le llevo una bandeja con galletas y leche. Se recuesta en la cama, abrazando a su oso y al conejo que le dio Alicia. Se queda feliz viendo caricaturas, mientras vuelvo con Alex que me espera en la sala.

—Ella luce tranquila —comenta, bebiendo el café. Lleva el cabello húmedo y luce muy elegante de traje y corbata. Cuando llegué estaba por salir a la oficina.

—Sí, pero no sé si eso sea bueno o malo —le comento lo que ocurrió en la clínica para saber su opinión.

—Probablemente se trató de un error. Los médicos son unos ególatras que se creen dioses. De seguro su orgullo le impidió reconocer que se equivocó y pedirte disculpas. Lo importante es que Espi ya está contigo y no tienes que preocuparte —sonríe y yo sonrío también. Mi corazón se acelera y me incomodo al instante.

—No quiero seguir retrasándote, odiaría que llegaras tarde al trabajo por mi culpa —es mi amable manera de decirle que se vaya porque su cercanía cada vez me está molestando menos y eso me asusta.

—Una de las ventajas de ser tu propio jefe es que no tienes que preocuparte por los horarios —su sonrisa triunfal me parece muy linda. Ya no podré echarlo.

Nos quedamos desayunando tranquilamente. Él resultó ser una muy buena compañía.

—Tendré que tomarme unas vacaciones. Podré parecer paranoica, pero no quiero llevar a Espi a otro jardín todavía. Necesito asegurarme de que está a salvo.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora