XXXIX Frágil

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Sigo llorando, sintiendo el aroma de Illumi sobre la piel de mi mano. Poco me importa que el mayordomo lo sepa y que probablemente luego se lo cuente a su amo. En este momento, siento que me ahogo en la desesperación y sólo quiero llegar a casa y deshacerme de este aroma.

¿Por qué no pude olvidarlo?            

¿Por qué mi cerebro sigue recordándolo y torturándome?

Peor aún ¿Por qué mi corazón late como lo hace cada vez que inhalo?

No late con miedo y eso es lo que más me asusta.

El auto se detiene y el mayordomo habla con alguien. «Hamburguesa» oigo que dice y lo maldigo por ocurrírsele comer en este momento.

—Señorita Libertad.

—¿Qué? —pregunto con la cabeza oculta bajo mi brazo.

Él no contesta, esperando que lo mire. Limpio mis lágrimas, avergonzada y veo que me extiende una bolsa de papel. La cojo con cautela y dentro hay una hamburguesa y papas fritas. El cálido aroma me hace rugir el estómago.

—G-gracias.

—Ya verá que después de comer se sentirá mejor —asegura, entregándome también un refresco.

Lo tomo con la mano marcada, temblorosa, sucia.

—¿Tienes... algo para limpiar mis manos? —No comeré usando la mano que él tocó.

El hombre busca en la guantera y me entrega alcohol gel y pañuelos. Primero me da comida y ahora me ayuda a borrar esta horrorosa sensación sobre mi piel. Este hombre se merece todo el dinero que Illumi le paga.

Vierto una abundante cantidad de la sustancia sobre mi mano, la sobo con la otra y luego la froto con un pañuelo. Repito la operación antes de atreverme a olerla. Temo que el olor no se vaya nunca, aunque sé que sería una locura.

Huele al intenso aroma del alcohol gel y me atrevo a meter una mano en la bolsa y comerme una papa frita. Crujiente por fuera y blanda por dentro, tibia y sabrosa. Debe ser por la fatiga que tengo, pero se siente como una verdadera delicia. Cierro los ojos, entregándome a su sabor. Luego es el turno de la hamburguesa.

Como plácidamente, viendo a la ciudad correr por la ventana, hasta que la garganta se me cierra de golpe y mi estómago amenaza con devolver todo lo que gratamente había tragado.

—¿Él... Él te dijo que me compraras esto?

Miro con desdén la grasosa papita entre mis dedos, esperando su respuesta.

—No. Se me ocurrió a mí. Tengo algo de iniciativa ¿Sabe? No soy como los títeres que tengo de compañeros de trabajo. No todo lo que hago es obra del amo Illumi.

Eso me agrada y es el fin de la papita que antes despreciaba.

—¿No te molesta llamarlo amo?

Yo no podría llamar a nadie así, me sentiría como la protagonista de una película sucia.

—Al principio me pareció extraño, pero por lo que me paga, lo llamaría papi si me lo pidiera.

Siento una mezcla entre risa y asco que es difícil de procesar.

—¿Cómo te llamas?

—Ariel —dice, sonriéndome por el retrovisor.

Bajo la mirada, avergonzada. Es una situación algo extraña y me duele la cabeza.

—No tiene que sentirse avergonzada —dice y su tono se oye cada vez más cercano, pero no me incomoda. Me parece amigable. —Todos hemos hecho locuras por amor.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora