XXXIV El regalo

320 43 60
                                    

Una caricia en mi mejilla me saca del sueño y me despierto dando un grito.

Ya es de día, estoy en una habitación que desconozco, con ropa que no es mía y nada de eso me importa.

¡Quien me ha despertado es Espi!

La miro desconcertada, sin saber si se trata de ella realmente o de una alucinación.

O un sueño.

Acerco mi mano a su cabeza. Ella la mira con algo de temor y cierra los ojos. Yo la imito, dejando que mis dedos hagan lo suyo. Ellos conocen la suavidad de su cabello, la delicadeza de cada fibra y su grosor exacto.

—Mi bebé...

Aferrándola contra mi pecho, compruebo que es realmente ella. Su aroma, su calor, las cicatrices de la quemadura en su manito. Estamos juntas nuevamente y no es una ilusión.

—Mami ¿Estás enfadada conmigo?

Oír su voz me arranca lágrimas que son de alegría. Por fin vuelvo a sentirme feliz.

—¡Claro que no, amor! ¿Por qué estaría enfadada?

—Porque le abrí la puerta a Alicia. Dijiste que no lo hiciera, pero lo hice igual.

Eso pasó hace tanto tiempo. Me extraña que le preocupe considerando todo lo que pasó después.

—Eso ya no importa, Espi. Yo te amo. Eres lo más importante para mí y lamento... Lamento todo lo que está pasando...

—Mami... No llores.

Ella hace pucheros y me apresuro a limpiar mis lágrimas, inhalando profundamente. Debo ser fuerte por ella.

Vuelvo a abrazarla, acunándola entre mis brazos.

—Cariño, necesito que me digas la verdad. ¿Illumi te ha lastimado?

—No, mami —responde al instante y sé que miente.

Lo confirmo cuando termina su oración.

—Papi me quiere mucho.

La aferro aún más a mi cuerpo, como si quisiera meterla dentro de mí para protegerla. Yo sé muy bien cómo quieren los papis a sus hijas. El mío también me quería mucho.

Si tan sólo pudiera sacarla, pienso acariciando su suave frente. Allí debe estar clavada una aguja igual que como hizo con Killua.

Me pregunto si uno de esos detectores de metales podría revelar su presencia, aunque lo más probable es que sea de Nen. Sólo un usuario podría detectarla.

Cuando la embriaguez por el repentino encuentro con mi hija se desvanece un poco, alcanzo mi bolso que está sobre la mesita de noche junto a la cama.

Veo mi ubicación activando el GPS. Confirmo con alivio que seguimos en el mismo edificio, en mi mundo.

—¿Él te dijo que vinieras a verme?

Ella asiente.

Es una probadita, una muestra de droga gratis para que siga en juego, para que vuelva una y otra vez por más. Y el precio irá aumentando en consecuencia.

—¿Y tú querías verme?

—Sí. Preparé galletas para ti, pero no llegaste a tiempo.

Nuevamente quiero llorar. Si el precio aumenta, estaré dispuesta a pagarlo sin dudar.

—¡Las que tú me trajiste estaban deliciosas!

Aquello me sorprende, pero todo es parte del plan de Illumi, nada más que eso.

Vidas cruzadas: redención [Illumi Zoldyck]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora