Libro de historias cortas sesshome y otras parejas 2 (Actualizaciones semanal)

Tu Reputación 2

CAPÍTULO II

Era justo la hora del té cuando se anunció la llegada del caballero Sesshomaru Taisho a la residencia Higurashi, las mujeres mandaron a colocar los bollos y pastelillos en la mesita junto a la tetera y las tacitas de porcelana fina. Se pusieron de pie y reverenciaron como las damas de alcurnia que eran, mientras el invitado penetraba la habitación empapelada de un papel tapiz rosado con estampado de pajarillos, los muebles no tenían mal gusto aunque eran demasiado femeninos y las anfitrionas estaban impecables, todo era como debía ser, excepto por su "prometida" quien, como en todas sus visitas desde el incidente, ni siquiera le dedicaba una mirada.

Para un hombre acostumbrado a llamar la atención -para bien o para mal- el que la mujercita no se dignara a verlo era la cúspide de la desfachatez, además que sus atuendos eran más para una institutriz que para la hija menor de un lord.

Kikyo se erigía divina y derecha tras su máscara de señorita intachable -él sabía muy bien que tenía un amorío con Inuyasha- y la madre de las chicas sonreía calmada invitándole a sentarse.

Platicaron como todos los días, del compromiso y la fecha del matrimonio, sobre el anuncio en el periódico y tantas cosas más que no le interesaban más allá de guardar la apariencia y los modales; su mente viajó al día en que conversó con su madre sobre el incidente.

Irasue estaba furiosa, nunca pensó su hijo correcto terminaría enredado en semejante escándalo, peor aún, con semejante mujercita. ¡Que Dios los amparara.! Esa niña iba a destruir el buen nombre de su retoño con escándalos y cotilleos, su torpeza y estupidez serían conocidas en todo Inglaterra, sería la "duquesa bobalicona", además de esos horribles atuendos y su aspecto desaliñado poco femenino, casi se muere de un infarto al imaginarse semejante "damita" al lado de su hijo. Su padre, en cambio, fue más positivo y aceptó la idea casi de inmediato alegando ella sería como un soplo de aire fresco en sus vidas. La peor parte fue enfrentarse a Inuyasha y sus burlas, ni hablar de sus amigos Naraku y Bankotsu, el único en no mencionar una palabra fue su amigo Koga quien, guardó silencio y se retiró del club para caballeros muy apresurado alegando haber olvidado algunos asuntos.

Y así comenzó su odisea contra el abuelo furico, la madre que trataba de meterle a su otra hija por los ojos, la hermana mayor con lengua de víbora y... los desplantes junto a la falta de interés total por parte de su prometida.

Hoy se dirigieron al Hyde Park para dar un pequeño paseo seguidos de la anciana "carabina" de la joven.

Entre más la miraba, más rara le parecía, nunca hablaba de listones, telas o moda como su madre, siempre era sobre tal libro que leyó, uno que otro filósofo, ciertos aspectos políticos y lo limitadas que estaban las mujeres en la sociedad. Una que otra vez sus pies se vieron atacados por los pisotones de la torpe damita porque se distraía con facilidad, no disimulaba sus emociones, la sutileza no la conocía, a veces se tropezaba con el dobladillo de su vestido o con algún obstáculo en el suelo, reía demasiado fuerte, daba su opinión sin reparo alguno, arrugada la nariz molesta, se revolvía algún mechón del cabello cuando estaba nerviosa, bajaba la mirada cuando notaba había hecho algo inapropiado, tenía un pequeño hoyuelo en la mejilla derecha, sus pecas se acentuaban más por el sol-cosa que parecía tenerla sin cuidado- y sus ojos azul cobalto te gritaban lo que esa pequeña criatura llevaba en el alma...

Quizás ya no la odiaba, de hecho, estaba seguro que si no tuviera semejante reputación y torpeza podría ser tolerable.

Pero jamás desearía ser visto al lado de semejante desparpajo de mujer; decidió que después de casados la dejaría en Londres y él se retiraría para vivir su propia vida en Bristol donde estaban las tierras del ducado, su esposa sería de adorno y apariencia para evitar una mancha más grande que un matrimonio por obligación, estaba seguro ella lo apreciaría ya que parecía la aversión era mutua.