Capítulo 7.

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Al poco rato Amelia volvió con sus amigos, que ya se habían cambiado y ella no dudó e hacer lo mismo

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Al poco rato Amelia volvió con sus amigos, que ya se habían cambiado y ella no dudó e hacer lo mismo.

—¿Fue todo bien? —Hermione la miró con preocupación.

Amelia asintió.

—Todo lo bien que podía ir, supongo.

No tardaron en llegar a la estación de Hogsmeade. Ya era de noche y se reunieron con el resto de alumnos para dirigirse a las carrozas. Amelia, que se había pasado el último tramo de trayecto enfrascada en uno de los libros de la biblioteca de los Black que se había llevado consigo, bajó del tren con la nariz pegada a las páginas. De algún modo, esperaba oír el familiar grito de Hagrid de «¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí!». Pero aquel grito no se oyó, en cambio, quien avisó a los de primero a dónde dirigirse fue, la profesora Grubbly-Plank, la bruja que el año anterior había sustituido durante un tiempo a Hagrid como profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Amelia siguió su camino hacia los carros, extrañada pero manteniendo su atención en el texto.

—¿Dónde creen que...? —preguntó Harry en voz alta, que también lo había notado.

—¿... está Hagrid? No lo sé —contestó Ron que se mostraba igualmente preocupado—. Espero que esté bien...

Harry se detuvo, mirando a todos lados en su busca, mientras Neville y Hermione, sin percatarse por el ruido de la multitud, avanzaban hacia uno de los carros vacíos. Entonces Harry fijó la vista en un punto junto a la carroza que acababan de ocupar sus amigos.

—¿Qué creen que son esos bichos? —preguntó señalando punto punto a uno de los carruajes.

—¿Qué bichos? Vamos —dijo Ron sin darle importancia y Amelia, Harry, Luna y él se dirigieron al carruaje al que ya habían subido Hermione y Neville.

—Esos caballos —dijo Harry mientras.

—Pues caballos —dijo Amelia distraídamente, sin darle importancia.

Ron, sin embargo, enarcó las cejas.

—¡Es enserio! ¡Los caballos que tiran de los coches! —dijo Harry con impaciencia.

Ron miró a Harry con perplejidad. Luego llevó la vista a Amelia, que con un suspiro alzó la vista. Se fijó entonces en unos caballos negros atados a los carruaje, con un cuerpo esquelético, rostro de rasgos reptilianos y unas alas de aspecto curtido que recordaban a las de un murciélago.

—Oh —dijo entendiendo.

—¿De qué me hablas? —dijo Ron.

—Te hablo de... ¡Mira!

Harry agarró a Ron por un brazo y le dio la vuelta, colocándolo frente a lo que para él era la nada. Ron lo miró fijamente un par de segundos y luego volvió a mirar a Harry.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora