Capítulo 4.

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Amelia despertó al oír ruido fuera del compartimento

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Amelia despertó al oír ruido fuera del compartimento. Se había quedado dormida durante todo el viaje. Pero al abrir los ojos descubrió que todo estaba a oscuras. No se vía absolutamente nada.

—¿Draco?—preguntó, pero no hubo respuesta.

La niña sacó su varita del bolsillo y, sin necesidad de pronunciar el hechizo, iluminó la punta. El compartimento estaba vacío pero afuera se oían las voces agitadas de los desconcertados alumnos.

—¿Qué sucede? —preguntó saliendo del vagón.

—¡Ay! —gritó Ginny Weasley, que se sobresaltó al verla salir del compartimento—. Oh, eres tú, Amy. No tengo idea. El tren se ha detenido y de pronto se ha ido la luz.

—¿Habremos tenido una avería?

—No sé...

—Será mejor buscar al maquinista y ver qué pasa.

Anduvieron unos cuantos metros, esquivando alumnos confusos y asustados, hasta que alguien empujo a Amelia por accidente y la hizo soltar su varita, que salió rodando y se apagó. La niña se agachó para recogerla.

—Ay —se quejó al sentir que la pisaban.

—Oh, lo siento —dijo la voz de Ginny, desorientada en la oscuridad.

—¿De quién es esta varita? —dijo la voz de Ron desde la cabina de al lado.

—Creo que es mía —suspiró Amelia, aliviada de que alguien la tuviera y no corriera el riesgo de ser pisada.

—¿Quién eres? —dijo Hermione—. ¿Amy?

—Si, y yo.
—¿Ginny? ¿Qué hacen?
—Tratábamos de averiguar qué ocurre.
—Bueno, entren y siéntense... Es mejor que esperemos.
—Aquí no —dijo Harry apresuradamente cuando Amelia casi se le sienta encima—. ¡Estoy yo!

—¡Ay! —exclamó Neville al ocurrirle lo mismo a Ginny.

—¡Silencio! —dijo de repente una voz ronca.

Amelia sintió que alguien se movía al otro lado de Harry. Frunció el ceño en un gesto de confusión que nadie vio. ¿Quién más había en la cabina?

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento.

—¡Remus! —exclamó Amelia al ver su rostro adormilado—. ¿Qué...?

Lupin se llevó un dedo a los labios para indicarle que se callara. Parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

—No se muevan —dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora