Capítulo 5.

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—Vamos —dijo Harry, cansado—

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—Vamos —dijo Harry, cansado—. Lo mejor que podemos hacer es ir al colegio.

Los tres amigos cogieron sus baúles y los arrastraron hacia el castillo. Amelia solo quería cenar e irse a la cama, estaba agotada.

—Creo que ya ha comenzado el banquete —dijo Ron acercándose sigilosamente para echar un vistazo a través de una ventana iluminada y haciéndoles un gesto a Harry y a Amelia para que se acercaran.

En el Gran Comedor, los murmullos llenaban la sala mientras los alumnos de primer año hacían cola para ponerse el Sombrero Seleccionador y descubrir a qué casa pertenecerían.

—¡Genial! Ginny a quedado en Gryffindor—exclamó Ron, viendo a su hermana a lo lejos.

Amelia desvió la vista hacia la mesa de los profesores y se percató de que había una silla vacía.

—Esperen... —dijo en voz baja—. Falta alguien en la mesa de los profesores... ¿Dónde está Snape?

—¡A lo mejor está enfermo! —dijo Ron, con esperanza en su tono.

—¡Quizá se haya ido —propuso Harry—, porque tampoco esta vez ha conseguido el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras!

—O quizá lo han echado —se burló Amelia—. Como todo el mundo lo odia...

—O tal vez —dijo una voz gélida a espaldas de la niña—, quiera averiguar por qué no han llegado ustedes tres en el tren escolar.

Harry y Ron tragaron saliva mientras Amelia se volvía para ver a Snape, que los miraba con una mezcla de odio y satisfacción.

—Oh, vaya—palideció la niña.

Snape los llevó hasta su despacho a paso rápido y los hizo sentarse. Ninguno de los niños se atrevió a levantar la vista o decir algo.

—Así que —dijo con altanería— el tren no es un medio de transporte digno para el famoso Harry Potter y sus fieles compañeros de travesuras. Querían hacer una entrada triunfal, ¿eh, muchachos?

—No, señor—trató de explicar Harry—. La barrera en la estación de Kings Cross no...

—¡Silencio! —lo interrumpió el profesor—. ¿Qué han hecho con el coche?

Los niños no pudieron hacer más que mirarse impresionados. ¿Cómo diablos había averiguado lo del coche?

—Está en El Profeta—explicó malhumorado como siempre, enseñándoles el periódico—. Los han visto.

Amelia maldijo su suerte. Andrómeda iba a matarla.

—He notado además—continuó—, que el sauce boxeador parece haber sufrido graves daños.

—Créame, ese árbol nos ha hecho más daño a nosotros que nosotros a él—se quejó Amelia.

—No te librarás con tus impertinencias, Black—la regañó Snape—. Por desgracia, no pertenecen a mi casa, y la decisión de expulsarlos no es mía. Voy a buscar a la profesora McGonagall. Esperen aquí.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora