Capítulo 26

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—¿Se va a poner bien? —oyó a lo lejos la voz llorosa de Hermione

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—¿Se va a poner bien? —oyó a lo lejos la voz llorosa de Hermione.

—¡Si algo le pasa a mi prima le juro que mi padre...!

—Solo necesita descansar —sentenció la señora Pomfrey ofendida—. Volveré en un momento. Pueden esperar aquí, pero si siguen haciendo ruido no tendré más remedio que echarlos.

Amelia abrió los ojos con pesadez, mientras sentía la puerta cerrarse, sintiendo cómo la luz le cegaba y todo el cuerpo le dolía.

Frente a ella, una Hermione con lágrimas en los ojos y un Malfoy con cara de preocupación la observaban sorprendidos.

—¡Amy!

Hermione fue la primera en reaccionar y correr a comprobar su estado.

—¿Cómo te sientes? ¿Estás...?

—Y-yo... —Amelia se quedó en silencio unos segundos, tratando de entender qué ocurría.

Y entonces se acordó. Se había desmayado y había visto...

—¡La prueba! —dijo, tratando de levantarse—. Hay que parar la prueba, no...

—¿Quieres estarte quieta? —se adelantó Malfoy, impidiéndole el paso—. La enfermera dijo que necesitas descansar.

—¡Pero tengo que impedir que a Harry le pase lo mismo! —dijo con los ojos llenos de lágrimas. Era todo su culpa. Si hubiera hecho caso antes...

—¿De qué hablas? —preguntó Hermione.

Amelia la observó y se mordió el labio, no estando segura de cómo decir aquello o de si debía hacerlo. Se llevó la mano al colgante, como siempre hacía cuando se ponía nerviosa.

—C-Cedric... — Se interrumpió, al no encontrar nada en su cuello—.¿Dónde está...?

Hermione lo entendió enseguida, y apenada, se llevó al mano al bolsillo.

—Oh, tu colgante —dijo, entregándoselo—. Yo... Sé que era muy importante, lo siento...

Amelia lo observó. El cristal rubí que lo componía estaba destrozado.

—Cuando te desmallaste caiste al suelo y debió romperse entonces —se excusó Hermione, sintiéndose culpable—. Podemos intentar un hechizo para repararlo o...

La niña se interrumpió ante el repentino gesto de Amelia cuyo rostro pasó en milésimas de segundo de sorpresa a entendimiento y de inmediato también a la ira.

Hecha una furia, la niña apartó a su primo de un empujón y salió al pasillo, desde donde echó a correr directa hasta el campo de Quidditch, seguida por su mejor amiga y por su primo, que no entendían nada.

Mientras se adentraba entre la gente, a empujones, buscando con la mirada, no podía oír más que las voces de sus pesadillas. "Pudiste ser fuerte, pudiste salvarlo... Pudiste ser fuerte, pudiste salvarlo...", seguida de la voz de Cedric y de la maldición asesina justo antes de que cayera. Se secó las lágrimas con el revés de la manga, no podía ver.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora