Capítulo 12.

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Sirius Black corrió a toda prisa por los pasillos del castillo de Hogwarts

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Sirius Black corrió a toda prisa por los pasillos del castillo de Hogwarts. Era momento de que saliera o lo atraparían y no podría llevar a cabo su venganza de una vez por todas.

Matar a Peter Petegrew era su único objetivo. No le importaba si moría en el intento. Lo había perdido todo hacía doce años, la vida no era nada al lado de lo que ya le habían arrebatado. A sus mejores amigos, a la mujer que amaba, a su... A su pequeña Amelia...

Corrió más velozmente, tanto que derrapó al girar en una esquina. Siendo un perro era más rápido pero estaba débil por lo mal que se había estado alimentando. Y, también por su forma de perro, podía oír, unos pasillos más lejos de él, a alguien que corría en su busca, acercándose cada vez más a él. Iban a descubrirlo si no llegaba rápido al pasadizo.

Los pasos se sentían cada vez más próximos, y él estaba débil y cansado.

Se detuvo frente a la estatua de la bruja y volvió la cabeza para enfrentar a su persecutor. Si solo era uno quizás pudiera con él. No podía abrir el pasadizo si alguien lo seguía o descubrirían el único modo que tenía para entrar en el castillo.

Gruñó amenazadoramente al ver a una niña apuntarle con su varita y detenerse a escasos metros de él.

No pensaba atacar a una niña, con suerte la asustaría lo suficiente como para que se fuera corriendo o al menos podría distraerla y esconderse hasta que se diera por vencida.

Pero no parecía que la mocosa tuviera intención de ello. Lo miraba entre furiosa y desconcertada pero si de algo estaba seguro era que la determinación era casi palpable en ella.

—T-tu no eres ningún Grim —dijo con la varita en alto—. Eres... B-Black...

El mencionado, con su aspecto perruno, avanzó un paso hacia la niña, enseñando sus colmillos afilados. Entonces esta, que había estado prácticamente oculta por la oscuridad, retrocedió y quedó a la vista bajo la luz de un candelabro.

Sirius Black sintió que se le helaba la sangre al verla. No era muy alta, debía tener unos doce o trece años, y tenía la piel blanca del rostro cubierta por un rubor que indicaba lo muy enfadada que se encontraba. Sus ojos eran de un frío gris pero brillantes como estrellas y su cabello corto y rojo oscuro. Si no fuera por ese último detalle Black habría jurado que era...

—¡Amelia, ¿qué estás haciendo?!

Sirius retrocedió rápidamente y se escondió tras una columna al ver que la niña se distraía por la llamada.

Amelia. Como... Su Amelia. Y sin duda tenia sus ojos. Su corazón se aceleró y una extraña sensación invadió su pecho. Esperanza, alegría... Sentimientos que no había tenido desde hacía años. ¿Acaso era posible? ¿Esa era su niña? Pero, ¿cómo? ¿Cómo era posible? Él las había encontrado, a Cassandra y a su hija, muertas. Y ahora...

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora