Capítulo 10.

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De poco le sirvió a Harry copiar los deberes de Amy, pues no iba a Adivinación y tuvo que saltarse el desayuno a la mañana siguiente para terminar la tarea, pues era la primera clase que tenía

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De poco le sirvió a Harry copiar los deberes de Amy, pues no iba a Adivinación y tuvo que saltarse el desayuno a la mañana siguiente para terminar la tarea, pues era la primera clase que tenía. Al menos no era el único. Ron se quedó con él, aunque no entendía por qué no los había hecho la tarde anterior.

Tampoco era capaz de asimilar cómo a Amelia no se le había acumulado nada de tarea. Quizás era el hecho de que era capaz de escuchar las clases y adelantar deberes de otras asignaturas al mismo tiempo, cosa que ni él ni Ron conseguían explicarse.

Amelia, por su parte, bajó a desayunar con Hermione, que estaba incluso más al día que ella.

—¿Cómo te fue el castigo con la profesora Umbridge, por cierto? —preguntó Hermione mientras se dirigían a Aritmacia—. ¿Qué tuvieron que hacer?

Amelia vaciló un instante y luego contestó:

—Nos puso a copiar.

—Ah, pues no está tan mal —comentó Hermione.

—No —confirmó Amelia.

En realidad no sabía muy bien por qué no había contado a Hermione en qué consistía exactamente el castigo que les había impuesto la profesora Umbridge. Lo único que sabía era que no quería ver su caras de horror, porque eso haría que todo pareciera aún peor y resultaría mucho más difícil afrontarlo. Y Harry debió de pensar lo mismo porque, para la comida, notó que tampoco le había contado los detalles a Ron.

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El segundo castigo fue igual de duro que el del día anterior. Esa vez la piel del dorso de la mano de Amelia se irritó más deprisa, y enseguida se le puso roja e inflamada. Para el tercer castigo, tras dos horas copiando, las palabras dejaron de desaparecer del dorso de su mano y permanecieron grabadas allí, rezumando gotitas de sangre. La muchacha no tardó en comprobar que la mano de Harry estaba en el mismo estado.

Entonces, la pausa en el rasgueo de la afilada pluma hizo que la profesora Umbridge levantara la cabeza.

—¡Ah! —dijo en voz baja, y pasó junto a su mesa y fue a examinarles las manos—. Muy bien. Esto debería servirles de recordatorio, ¿no creen? Ya pueden marcharse.

—¿Tenemos que volver mañana? —preguntó Harry mientras cogía su mochila con la mano izquierda para no usar la derecha, que tenía dolorida.

—Sí, claro —contestó la profesora Umbridge con una amplia sonrisa—. Sí, creo que podemos grabar el mensaje un poco más con otro día de trabajo.

—Es cruel —escupió Amelia mientras subían por la escalera hacia el séptimo piso—. Es una vieja loca, cruel y retorcida.

—Creo que eso es quedarse corto —asintió Harry igual de molesto—. Es... ¿Ron?

Amelia enarcó una ceja.

—¿Es Ron?

—No —negó el muchacho y señaló adelante—. Ron.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora