Capítulo 25.

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—Eh

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—Eh... —Hermione dijo en tono algo avergonzado—. No es por interrumpir pero, Harry, tenemos diez minutos para regresar a la enfermería sin ser vistos. Antes de que Dumbledore cierre la puerta con llave.

Amelia y Harry se separaron rápidamente, algo sonrojados, y asintieron.

—D-de acuerdo —dijo Harry, sin atreverse a mirar a Amelia—, ¡vamos!

Entraron por la puerta que tenían detrás y bajaron una estrecha escalera de caracol. Al llegar abajo oyeron voces. Se arrimaron a la pared y escucharon. Parecían Fudge y Snape. Caminaban aprisa por el corredor que comenzaba al pie de la escalera.

—... Sólo espero que Dumbledore no ponga impedimentos —decía Snape—. ¿Le darán el Beso inmediatamente?

—En cuanto llegue Macnair con los dementores. Todo este asunto de Black ha resultado muy desagradable. No tiene ni idea de las ganas que tengo de decir a El Profeta que por fin lo hemos atrapado. Supongo que querrán entrevistarle, Snape... Y en cuanto el joven Harry vuelva a estar en sus cabales y Amelia haya aparecido, también querrán contarle al periódico cómo usted lo salvó.

Amelia apretó los dientes. Entrevió la sonrisa hipócrita de Snape cuando él y Fudge pasaron ante el lugar en que estaban escondidos. Sus pasos se perdieron. Harry, Amelia y Hermione aguardaron unos instantes para asegurarse de que estaban lejos y echaron a correr en dirección opuesta. Bajaron una escalera, luego otra, continuaron por otro corredor y entraron en un aula vacía que encontraron a la izquierda al oír a Peeves.

— Tres minutos, Harry —informó Hermione—. Amy...

—Lo sé. No puedo entrar —asintió—. Si alguien me ve aparecer de la nada en la enfermería después de que Dumbledore haya cerrado la puerta notarán que ocurre algo raro. Esperaré afuera, diré que acabo de llegar.

Hermione asintió.

Aguardaron a que la risa malvada de Peeves se perdiera en la distancia. Entonces salieron del aula y volvieron a correr.

—Hermione, ¿qué ocurrirá si no regresamos antes de que Dumbledore cierre la puerta? —jadeó Harry.

—No quiero ni pensarlo —dijo Hermione, volviendo a mirar el reloj—. ¡Un minuto! —Llegaron al pasillo en que se hallaba la enfermería—. Bueno, ya se oye a Dumbledore —dijo nerviosa Hermione—. ¡Vamos!

Siguieron por el corredor cautelosamente. La puerta se abrió. Vieron la espalda de Dumbledore.

—Les voy a cerrar con llave —le oyeron decir—. Son las doce menos cinco. Señorita Granger, tres vueltas deberían bastar. Buena suerte.

Dumbledore salió de espaldas de la enfermería, cerró la puerta y sacó la varita para cerrarla mágicamente. Asustados, Harry y Hermione se apresuraron. Dumbledore alzó la vista y una sonrisa apareció bajo el bigote largo y plateado.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora