Capítulo 9.

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Caminó tranquila hasta el despacho de McGonagall

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Caminó tranquila hasta el despacho de McGonagall. Sí, sabía que le esperaba una buena regañina y probablemente un castigo, pero a quién iba a engañar, estaba acostumbrada. Y no se arrepentía de nada de lo que había dicho. De hecho, se había quedado bastante satisfecha.

Cuando llamó a la puerta del despacho de McGonagall, comprobó que Harry seguía allí, sentado frente al escritorio de la profesora. Esta, la miró con una expresión que le decía que no entendía cómo no había adivinado que seria ella la siguiente a la que se encontraría al otro lado de la puerta.

—¿También tú, Black? —dijo indicándole que pasara—. Debí habérmelo esperado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry por lo bajo, mientras se sentaba en la silla junto a él.

—Ponerme de tu lado —dijo cruzándose de brazos. No había olvidado que le había gritado en la comida—. Ya ves, excusar a todos aunque no lo merezcan tiene consecuencias.

Harry hizo una mueca, pero no dijo nada.

McGonagall enarcó una ceja mientras se sentaba en su silla y Amelia le tendió la nota de la profesora Umbridge. Detrás de sus cuadradas gafas, sus ojos recorrían el pergamino rápidamente y con cada línea se estrechaban más.
— ¿Y bien? —dijo la profesora McGonagall, volviéndose hacia Amelia—. ¿Es verdad?

Amelia enarcó una ceja, no sabiendo de qué hablaba.

—¿Es verdad que has llamado loca a la profesora Umbridge y te has negado a —leyó textualmente acomodándose las gafas—: "respetar su autoridad como maestra y obedecer las instrucciones dadas para la clase"?

—Ah, sí —dijo como si fuera lo más normal —. Y no mentí, esa mujer está loca. ¿Cómo quiere que hagamos cualquier hechizo sin práctica?

McGonagall solo la miró.

—También dice que te burlaste de ella —continuó.

La muchacha hizo una mueca.

—Quizás un poco —dijo intentando contener una risa—. ¡Pero ella se metió con mi padre!

La profesora McGonagall suspiró y su rostro severo se suavizó por un momento.

—Coge una galleta, Black.

—Que coja... ¿qué? —Amelia miró a Harry, buscando una explicación. Entonces notó que el muchacho tenía una en al mano.

¿Qué estaba pasando?

—Coge una galleta —repitió ella con impaciencia señalando una lata de cuadros escoceses que había sobre uno de los montones de papeles de su mesa.

La profesora McGonagall dejó la nota de la profesora Umbridge sobre la mesa y miró con seriedad a los dos amigos.

—Es lo que le estaba diciendo a Potter, Black. Deben tener cuidado —Amelia se tragó el trozo de tritón de jengibre y la miró a los ojos. El tono de voz de la profesora McGonagall no se parecía en nada al que estaba acostumbrada a oír. No era enérgico, seco y severo, sino lento y angustiado, y mucho más humano de lo habitual—. La mala conducta en la clase de Dolores Umbridge podría costarles mucho más que un castigo y unos puntos menos para Gryffindor.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora