Capítulo 18.

2.9K 302 69
                                    

Tras desarmar a Lockhart, Ron y Harry lo dirigieron al baño de Myrtle la llorona, donde Harry descubrió la entrada a la Cámara Secreta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Tras desarmar a Lockhart, Ron y Harry lo dirigieron al baño de Myrtle la llorona, donde Harry descubrió la entrada a la Cámara Secreta. Ahora, en las alcantarillas de la escuela, tras el nuevo intento de Lockhart de borrar la memoria de los chicos con la varita de Ron y acabar auto-hechizándose y destruyendo una parte del túnel, Harry había quedado separado de Ron y de Lockhart.

—¡Ron! —grito—, ¿estás bien? ¡Ron!

—¡Estoy aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas—. Estoy bien. Pero este idiota no. La varita se volvió contra él. ¿Y ahora qué? —dijo con desespero—. No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad...

Harry llegó a la conclusión de que estaban malgastando el tiempo. Amelia ya llevaba horas en la Cámara de los Secretos. Harry sabía que sólo se podía hacer una cosa.

—Aguarda aquí —indicó a Ron—. Aguarda con Lockhart. Iré yo. Si dentro de una hora no he vuelto...

Harry no supo cómo seguir. Prefería no pensar en lo que podía ocurrir.

—Intentaré quitar algunas piedras —dijo Ron, que parecía hacer esfuerzos para que su voz sonara segura—. Para que puedas... para que puedas cruzar al volver.

—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza.

Y partió él solo, adentrándose en la cámara.

Harry se hallaba en el extremo de una sala muy grande, húmeda, fría y apenas iluminada. El niño sentía su corazón latir a toda velocidad. ¿Estaría el basilisco acechando en algún rincón oscuro, detrás de una columna? ¿Y dónde estaría Amelia?

Su respuesta llegó rápido, al menos la de la última pregunta. Al fondo de las sala, bajo una enorme estatua adosada al muro, yacía un cuerpo.

—¡Amelia! —susurró Harry, corriendo hacia ella y arrodillandose junto a su cuerpo inerte—. ¡Amy! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —Dejó la varita a un lado, cogió a Amelia por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Amy por favor, despierta — susurró Harry sin esperanza, agitándola y sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas.

—No despertará —dijo una voz suave.

Harry se enderezó de un salto.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole.

—Tom... ¿Tom Riddle?—lo reconoció Harry—. ¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Harry desesperado—. ¿Ella no está... no está...?

—Todavía está viva —contestó Riddle—, pero por muy poco tiempo.

Harry lo miró detenidamente. Tom Riddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo aparentaba tener dieciséis años.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora