Capítulo 19.

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—A lo que íbamos, Harry —dijo Riddle, sonriendo todavía con ganas—

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—A lo que íbamos, Harry —dijo Riddle, sonriendo todavía con ganas—. En dos ocasiones, en tu pasado, en mi futuro, nos hemos encontrado. Han sido dos ocasiones en que no he logrado matarte. ¿Cómo sobreviviste? Cuéntamelo todo. Cuanto más hables —añadió con voz suave—, más tardarás en morir.

Harry pensó deprisa, sopesando sus posibilidades. Riddle tenía la varita; él tenía a Fawkes y el Sombrero Seleccionador, que no resultarían de gran utilidad en un duelo. No prometían mucho, la verdad. Pero cuanto más tiempo permaneciera Riddle allí, menos vida le quedaría a Amelia... ¡Oh, por merlín! ¡Amelia! ¡Había vuelto a desmayarse! Harry percibió algo de pronto: en el tiempo que llevaban en la cámara, los contornos de la imagen de Riddle se habían vuelto más claros, más corpóreos. Si tenían que luchar, mejor que fuera pronto.

—Nadie sabe por qué perdiste tus poderes al atacarme —dijo bruscamente Harry y comenzó a explicarle, de mala gana, cómo había sobrevivido a él.

Finalmente Harry no pudo distraer a Riddle mucho más y este hizo lo que el niño más temía. Llamó al basilisco.

Harry retrocedió hasta dar de espaldas contra la pared de la cámara y cerró fuertemente los ojos. Sintió que el ala de Fawkes le rozaba el rostro al emprender el vuelo. Harry quiso gritar: «¡No me dejes!» Pero ¿de qué le podía valer un fénix contra el rey de las serpientes?

Una gran mole golpeó contra el suelo de piedra de la cámara, y Harry notó que toda la estancia temblaba. Sabía lo que estaba ocurriendo, podía sentirlo, podía ver sin abrir los ojos la gran serpiente acercarse.

Entonces oyó una voz silbante:

—Mátalo.

El basilisco se movía hacia Harry. Este comenzó a moverse a ciegas hacia un lado, palpando con las manos el camino. Riddle reía a su espalda...

Harry tropezó. Cayó contra la piedra y notó el sabor de la sangre. La serpiente se encontraba a un metro escaso de él, y Harry la oía acercarse.

De repente oyó un ruido fuerte, como un estallido, justo encima de él, y algo pesado lo golpeó con tanta fuerza que lo tiró contra el muro. Esperando que la serpiente le hincara los colmillos, oyó más silbidos enloquecidos y algo que azotaba las columnas.

No pudo evitarlo. Abrió los ojos lo suficiente para vislumbrar qué sucedía.

La serpiente, de un verde brillante y gruesa como el tronco de un roble, se había alzado en el aire y su gran cabeza roma zigzagueaba como borracha entre las columnas. Fawkes planeaba alrededor de su cabeza, y el basilisco le lanzaba furiosos mordiscos con sus colmillos largos y afilados como sables.

Entonces Fawkes descendió. Su largo pico de oro se hundió en los ojos del monstruo y un chorro de sangre negruzca salpicó el suelo. La sangre resbalaba hasta el suelo y la serpiente escupía agonizando.

—¡No! —oyó Harry gritar a Riddle—. ¡Deja al pájaro! ¡Deja al pájaro! ¡El chico está detrás de ti! ¡Puedes olerlo! ¡Mátalo!

La serpiente ciega se balanceaba desorientada, herida de muerte. Fawkes describía círculos alrededor de su cabeza, silbando su inquietante canción, picando aquí y allá en el morro lleno de escamas del basilisco, mientras brotaba la sangre de sus ojos heridos.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora