Capítulo 11.

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Harry anduvo sin entusiasmo por los pasillos del castillo

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Harry anduvo sin entusiasmo por los pasillos del castillo. Amelia había desaparecido de la nada y ahora si que estaba solo. Había tenido la esperanza de al menos tenerla a ella para pasar ese aburrido día pero se había marchado en cuanto había podido con su padrino y ni siquiera le había dejado ir con ella.

El desanimado niño subió las escaleras, pensando que quizás podría ir a la pajarera de las lechuzas, e iba por otro pasillo cuando dijo una voz que salía del interior de un aula:

—¿Harry?

Harry retrocedió para ver quién lo llamaba y se encontró al profesor Lupin, que lo miraba desde la puerta de su despacho.

—¿Qué haces? —le preguntó el profesor en un tono amable—. ¿Dónde están Ron y Hermione?

—En Hogsmeade —respondió Harry; con voz que fingía no dar importancia a lo que decía.

—Ah, claro. Amelia me comentó que tú tampoco podías ir —dijo Lupin. Observó a Harry un momento—. ¿Por qué no pasas? Acabo de recibir un grindylow para nuestra próxima clase.

—¿Un qué? —preguntó Harry.

Entró en el despacho siguiendo a Lupin. En un rincón había un enorme depósito de agua. Una criatura de un color verde asqueroso, con pequeños cuernos afilados, pegaba la cara contra el cristal, haciendo muecas y doblando sus dedos largos y delgados.

—Es un demonio de agua —dijo Lupin, observando el grindylow ensimismado—. No debería darnos muchas dificultades, sobre todo después de los kappas. El truco es deshacerse de su tenaza. ¿Te das cuenta de la extraordinaria longitud de sus dedos? Fuertes, pero muy quebradizos.

El grindylow enseñó sus dientes verdes y se metió en una espesura de algas que había en un rincón. Harry, sin embargo, apenas le hizo caso. Se centró más en buscar a Amelia con la mirada.

—¿Dónde está Amy? —preguntó al no verla.

—¿Amelia?

—Sí, dijo que vendría a ayudarlo —explicó extrañado Harry.

—Oh, si —asintió Remus—. Me está haciendo unos recados. Seguro que vendrá en un rato. ¿Una taza de té? —le preguntó, buscando la tetera—. Iba a prepararlo.

—Bueno —dijo Harry, algo avergonzado.

Lupin dio a la tetera un golpecito con la varita y por el pitorro salió un chorro de vapor.

—Siéntate —dijo Lupin, destapando una caja polvorienta—. Lo lamento, pero sólo tengo té en bolsitas. Aunque me imagino que estarás harto del té suelto.

Harry lo miró sorprendido.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó.

—Me lo ha dicho la profesora McGonagall, y Amelia. Amy habla mucho de ti —explicó Lupin, pasándole a Harry una taza descascarillada—. No te preocupa, ¿verdad?

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora