Capítulo 1.

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Amelia se dejó caer en la cama vacía, completamente exhausta, con los pies descalzos sucios y polvorientos; igual que su rostro, brazos y ropa, en la que además podían distinguirse manchas de grasa y agujeros de desgaste

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Amelia se dejó caer en la cama vacía, completamente exhausta, con los pies descalzos sucios y polvorientos; igual que su rostro, brazos y ropa, en la que además podían distinguirse manchas de grasa y agujeros de desgaste. Al menos podría descansar un par horas antes de que la vieja señora Pemberton los despertara a todos a las cinco de la mañana. El resto de niños dormía hacía rato en la habitación común, una enorme sala llena de literas y ella era, una noche más, la última en acostarse. Desde que había vuelto la habían mandado a la habitación solitaria en el último piso, una especie de ático tremendamente pequeño y polvoriento, donde en verano el calor era extremo y en invierno el frío era insoportable. Solo había una cama que chirriaba con cada movimiento y trastos viejos amontonados en las esquinas.

Y aún así, las noches eran placenteras comparadas con los días. La habían vuelto a castigar. Cualquier excusa le valía a esa arpía sin corazón para dejarla sin cenar y mandarla a limpiar los baños durante la noche. Desde que había vuelto se había ensañado con ella, como si quisiera recuperar los cuatro años perdidos de castigos, vejaciones y maltratos continuados que se había perdido lejos de Radfliffe. Estaba claro que había pensado que se había librado de ella para siempre y el tener que recibirla de vuelta le producía a la anciana un odio desmesurado.

La muchacha apretó los labios, tratando de contener las lágrimas, pensando en cómo podría estar disfrutando de las vacaciones con su familia si nada de aquello hubiera ocurrido. Anhelando que aquellos dos meses pasaran pronto para que le permitieran volver a Hogwarts.

Todo aquello se sentía como un castigo y una parte de ella odiaba a Dumbledore por haberla devuelto a ese lugar. No era, en absoluto, el sitio más seguro dónde ocultarse. Claro que después del misterioso ataque que habían sufrido ella y los Tonks en su primera noche de regreso, a ella tampoco le había parecido mal alejarse si aquello implicaba mantener a salvo a su familia. Al menos no en un primer momento. Estaba claro que Voldemort y sus aliados estaba detrás de aquello. Él quería su magia y haría lo que fuera para conseguirla. No importaba el precio.

Y tampoco era totalmente culpa del anciano director. Si ese incompetente de Cornelius Fudge no tuviera tanto miedo por perder su puesto de Ministerio de Magia y se centrará más en aceptar la realidad frente a sus narices, nada habría terminado así. Él había dado con esa solución. La más vaga y que menos inconvenientes iba a traerle. Lo fácil. Alejar a Amelia del mundo mágico mientras se "abría una investigación" sobre quién podría estar tras ella. Era más fácil mandarla lejos y tenerla vigilada que encontrar una localización segura para mantenerlos protegidos a sus familiares y a ella.

Dumbledore había querido solucionarlo por su cuenta, alegando que les encontraría a todos un lugar seguro. Pero claro, el Ministro tenía que hacerse el héroe. Como no le había salido bien su primero intento de culpar a Amelia del incidente y dejarla a su suerte no había tenido más remedio que tomar "cartas en el asunto". No había podido negarse. No después de que El Profeta se hiciera eco de las marcas en las muñecas que le habían dejado a la pelinegra con la soga con la que la habían atado en el intento de secuestro que se había perpetuado. Después de eso solo había tenido que culpar a Sirius.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora