Capítulo 4.

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Al día seguirte la señora Weasley los levantó temprano para continuar con la limpieza de la casa, a la que Harry tuvo que unirse

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Al día seguirte la señora Weasley los levantó temprano para continuar con la limpieza de la casa, a la que Harry tuvo que unirse. Se estaban ocupando del salón. Había muchas más doxys de las que creían en un principio, y la señora Weasley había encontrado un nido de puffskeins muertos debajo del sofá.

La desdoxyzación de las cortinas les llevó casi toda la mañana. Ya era más de mediodía cuando la madre de Ron se quitó por fin el pañuelo protector y se dejó caer en una mullida butaca. Las cortinas habían dejado de zumbar y colgaban mustias y húmedas después de la intensa pulverización.

—Creo que de eso nos encargaremos después de comer —dijo Molly Weasley señalando las polvorientas vitrinas que había a ambos lados de la repisa de la chimenea, todas llenas a rebosar de un extraño surtido de objetos de magia oscura o simplemente tremendamente perturbadores.

Al momento, el timbre de la entrada sonó. Amelia maldijo internamente, previendo que el cuadro de su abuela iba a ponerse a gritar una vez más.

—Quédense aquí —dijo la señora Weasley con firmeza en el momento en que abajo empezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traerles unos sándwiches.

Salió de la habitación y cerró con cuidado tras ella. A continuación, todos corrieron hacia la ventana para ver quién había en la puerta principal. Alcanzaron a ver la coronilla de una despeinada y rojiza cabeza y un montón de calderos en precario equilibrio. Era Mundungus Fletcher, el mago que había dejado a Harry sin supervisión por distraerse en su turno de vigilancia, el motivo por el que el muchacho había terminado con ellos y con una vista pendiente en el Ministerio.

Enseguida, los gemelos se plantearon ir a buscar unas orejas extensibles para tratar de escuchar a través de la puerta, sin embargo, en ese preciso instante estalló una sonora exclamación en el piso de abajo. Se podía oír a la perfección lo que la señora Weasley estaba diciendo a grito pelado.

—¡Esto no es un escondrijo de artículos robados!

—Me encanta oír a mamá gritándole a otra persona —comentó Fred con una sonrisa de satisfacción en la cara, mientras abría un poco la puerta para dejar que la voz de la señora Weasley entrara mejor en el salón—. Para variar.

—Los muy idiotas la están dejando coger carrerilla —dijo George haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Hay que atajarla enseguida porque si no se calienta y ya no hay quien la pare. Se moría de ganas de soltarle una buena reprimenda a Mundungus desde que desapareció, cuando se suponía que estaba siguiéndote, Harry. Y allá va la madre de Sirius otra vez.

La voz de la señora Weasley quedó apagada bajo una nueva sarta de chillidos e improperios de los retratos del vestíbulo.

George hizo ademán de cerrar la puerta para ahogar el ruido, pero, antes de que pudiera hacerlo, un elfo doméstico se coló en la habitación.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora