Capítulo 3.

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Nada más llegar su tienda Amelia se encontró con Lucius y Narcissa, que discutían entre susurros sobre algo

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Nada más llegar su tienda Amelia se encontró con Lucius y Narcissa, que discutían entre susurros sobre algo. Nada más la vieron, sin embargo, interrumpieron su conversación.

—Amelia, cariño, ¿qué tal te ha ido? —preguntó con una sonrisa nerviosa la rubia mujer.

—Bien —asintió la niña—. ¿Está todo bien?

—Claro que sí —dijo Lucius Malfoy con su sonrisa torcida y malvada—. ¿Por qué no vas a buscar a Draco? Nos iremos enseguida.

Y así fue. Quince minutos después, los Malfoy y la joven Black caminaban entre el gentío hacia el estadio. Los vendedores se aparecían a cada paso, con bandejas o empujando carros en los que llevaban cosas extraordinarias: escarapelas luminosas (verdes de Irlanda, rojas de Bulgaria) que gritaban los nombres de los jugadores; sombreros puntiagudos de color verde adornados con tréboles que se movían; bufandas del equipo de Bulgaria con leones estampados que rugían realmente; banderas de ambos países que entonaban el himno nacional cada vez que se las agitaba; miniaturas de Saetas de Fuego que volaban de verdad y figuras coleccionables de jugadores famosos que se paseaban por la palma de la mano en actitud jactanciosa.

—¡Vaya, mira esto! —exclamó Draco, acercándose rápidamente hasta un carro lleno de montones de unas cosas de metal que parecían prismáticos excepto en el detalle de que estaban llenos de botones y ruedecillas.

—Son omniculares —explicó el vendedor con entusiasmo—. Se puede volver a ver una jugada... pasarla a cámara lenta, y si quieres te pueden ofrecer un análisis jugada a jugada. Son una ganga: diez galeones cada uno.

—¡Vaya! —dijo Amelia llevándose la mano al bolsillo para comprarse unos.

—Deme dos —dijo Lucius Malfoy a su espalda y antes de que la niña pudiera darse cuenta, le había entregado unos omniculares.

—Gracias —dijo y los tomó mirándolo con desconfianza. Ese hombre no le inspiraba ni un pelo de confianza, jamás lo haría.

Entonces se oyó el sonido profundo y retumbante de un gong al otro lado del bosque, y de inmediato se iluminaron entre los árboles unos faroles rojos y verdes, marcando el camino al estadio.

—¡Ya es la hora! —anunció Draco, emocionado—. ¡Vamos!

Cogió a Ameia de la mano y la arrastró corriendo con él.

Nada más llegar se encontraron con una bruja del Ministerio apostada ante la puerta.

—¿Entradas? —les preguntó amablemente.

—Aquí están —dijo Lucius Malfoy entregándoselas.

—Asientos de primera —observó al comprobar sus entradas—. Tribuna principal. Todo recto escaleras arriba, señor, arriba de todo.

Subieron con la multitud, que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. Estaban ya casi en su lugar cuando Amelia reparó en sus amigos a pocos metros. Estaban con el ministro de magia, Cornelius Fudge, que no tardó en verlos.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora