Capítulo 27.

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Amelia despertó en medio de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos, esperando volver a dormirse

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Amelia despertó en medio de tal calidez y somnolencia que no abrió los ojos, esperando volver a dormirse. La sala seguía a oscuras. Estaba segura de que aún era de noche y de que no había dormido mucho rato.

Luego oyó cuchicheos a su alrededor.

—¡Van a despertarlos si no se callan!
—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no?

Amelia abrió perezosamente los ojos, encontrándose con la mirada de Harry en la camilla frente a ella. Él también se había despertado. Pudo distinguir junto a él las siluetas borrosas de la señora Weasley y de Bill. Ellos, junto con Ron y Hermione, habían ido a ver cómo se encontraban, y al parecer se habían quedado. A su primo, por su parte, no lo haba visto más después de que fueran a buscarla al despacho de Moody. La señora Weasley estaba de pie.

—Es la voz de Fudge —susurraba ella—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?

Harry también los oía. Gente que gritaba y corría hacia la enfermería.

—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.

—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...

Amelia oyó abrirse de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.

Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la profesora McGonagall.

—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.

—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?

Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué están molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...

—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!

Amelia no había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí. Tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia.

—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...

—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora