Capítulo 17.

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Amelia corría apresurada por los pasillos

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Amelia corría apresurada por los pasillos. No había sido capaz de contarle nada a sus amigos y se sentía una cobarde. Sentía las lagrimas rodar pos sus ojos y la impotencia y el cansancio invadirla. Llegó casi sin darse cuanta al baño de chicas del segundo piso, donde se lavó la cara con agua bien fría para despejarse.

Se miró al espejo. Su cabello estaba despeinado y descuidado, de un negro ceniza pálido y sin brillo; sus ojos se veían de un gris más oscuro de lo normal y tenía ojeras oscuras que surcaban su rostro pálido y enfermizo; los labios los tenía secos y agrietados. Cada día que pasaba estaba más demacrada y muerta en vida que el anterior.

¿En qué se estaba convirtiendo?

Ese estúpido horrocrux le esta absorbiendo el alma y la vida.

—No puedo seguir así—se dijo a si misma, sin apartar la vista de sus ojos decididos reflejados en el espejo.

Ya había sido suficiente. Debía dejar de huir y afrontar la realidad de una vez por todas. Estaba harta de esconderse y de tener miedo. Y de mentir. Sobre todo estaba cansada de mentir.

Destruiría ese diario, les contaría la verdad a todos y pagaría por sus pecados. Lo afrontaría todo porque ya estaba bien de escapar. Ella había provocado eso y ella pagaría las consecuencias. Pero primero se aseguraría de que nadie tuviera que pasar por lo mismo que ella.

Sacó el diario de Riddle. Se sentó en el suelo de los lavabos y trató de despejar su mente y concentrarse.

Nada ocurrió.

Trató de dejar la mente en blanco pero en todo lo que podías pensar era en el odio que le provocaba todo. En la rabia y le dolor que ese diario le había causado, en los problemas que le había traído. Y entonces el dolor y la rabia comenzaron a invadirla, pensó en su padre, en Voldemort, en los mortífagos y en su madre que había muerto a causa de personas como ellos. Pensó en todo el dolor que habían causado estúpidas ideas como la pureza de la sangre. Pensó en su familia y la vergüenza que le provocaba pertenecer a ella.

Y entonces se asustó. Se asustó de sus pensamientos, de la oscuridad que le hacían sentir y del poder que sentía correr por sus venas al concentrarse en ella.

—¡Detente!—exclamó una voz furiosa a se espada—. ¿Qué demonios crees que haces?

Amelia se volvió, asustada y sorprendida. Se extinguieron las llamas que habían comenzado a salir de su manos y la pelinegra posó su vista en un muchacho alto, de pelo negro y ojos brillantes y malvados. La miraba con odio.

—¿Q-quién...?

Amelia se interrumpió. No necesitaba preguntar de quién se trataba. Lo sentía con su sola presencia, llena de oscuridad.

—¿T-Tom? ¿C-cómo...?

—Eres lista, Amelia Black—dijo mostrando una sonrisa retorcida y cruel. Amelia comenzaba a sentirse algo mareada—. Descubriste que te manipulaba para actuar a travez de ti, supiste recuperarme cuando tu amiguito se hizo con mi diario y descubriste que era un horrocrux y cómo destruirlo. Me sorprende algo así en una niña de tu edad. Pero eso no quita tu ingenuidad. ¿De verdad creías que podrías realizar un hechizo como ese? ¿Tú? ¿Una inexperta brujita? Puede que poseas el poder más fuerte del mundo mágico, Amelia Black. Pero te falta el valor y el empeño, la fortaleza y la entereza, para realizar un hechizo de magia oscura de un poder semejante. El miedo al poder te limita. Y eso te hace débil.

El secreto de Amelia BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora