53.1- Fred Weasley/Draco Malfoy

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BETH

Al principio me resistí, en serio. Pero a medida que pasaban los minutos, comencé a aceptar el abrazo de Draco; sus manos en mi cintura se sentían gentiles, y sus labios, delicados, calientes, dóciles.

Reaccioné cuando él se acercaba para darme el tercer o cuarto beso.

—Espera... Draco, espera...

No podía olvidar la situación en la que estábamos. Él no era completamente... él. Si me abrazaba y besaba, lo hacía por equivocación, bajo los efectos de una poción de amor, y eso no era justo para ninguno de los dos. 

—Pero estamos enamorados, Beth —seguía dedicándome una sonrisa perezosa que nunca antes le había visto—. Esto hacen los enamorados.

—Te dije que no.

Me aparté y tal vez fue la determinación en mi voz, pero Draco no intentó acercarse de nuevo.

Pensé en enviarlo a su habitación, los efectos de la poción seguramente lo obligarían a obedecerme como un tonto. Pero, ¿y si se encontraba con alguien en el camino y le confesaba su inexistente amor hacia mi? ¿O si se marchaba cantando a todo pulmón lo mucho que me amaba?

Draco era odioso y tal vez merecía que alguien le jugara una broma así de pesada, pero aún así no me pareció correcto. Decidí que si algún día este rubio pasaba vergüenza por estar enamorado, no sería por mí. 

Así que tendría que cuidarlo hasta que los efectos se pasaran.

—Ven, busquemos un lugar donde podamos descansar.

Comencé a caminar de vuelta hacia la escalera, y él me siguió sin protestar, tomando mi mano. Temí que Fred, al darse cuenta de que había tomado los cupcakes equivocados, volviera a la sala donde preparamos la poción, así que pasé de largo y llevé a Draco a los pisos superiores. 

—No tienes algún escondite oculto que nos pueda servir para pasar el rato, ¿o sí? —pregunté.

—¿Lo alto de la torre de astronomía?

—No, ya es tarde y hace frío.

—Yo puedo abrigarte, Beth.

—No, gracias.

Íbamos en el séptimo piso cuando reparé en una puerta al final del pasillo. Era de madera, grande, y me pareció extraño no haberla visto antes. Había pasado por ahí un montón de veces y nunca había visto esa sala.

Cuando abrí la puerta, encontré un espacio pequeño ocupado por dos sillas grandes, una mesa pequeña sobre la que había un juego de ajedrez, y unas mantras. Era una perfecta sala de estar, tan perfecta que me pareció raro y sospechoso.

—Justo lo que necesitamos —dijo Draco tirando de mi mano y entrando. Juntó ambas sillas, claramente olvidando cualquier concepto que abarcara el espacio personal, y me observó con una sonrisa—. Ven, Beth. Siéntate aquí y hazme el honor de pasar tiempo a mi lado mientras beso tus manos junto al calor de esta estufa.

Por las botas navideñas de Merlín.

Ni siquiera había una estufa a la vista.

Esperaba que Draco no recordara nada de esto al día siguiente, porque si yo me moría de vergüenza ajena escuchándolo, no imaginaba lo que sentiría él. 

Aún así me parecía tierno, y no tenía mayor opción; así que me senté en una silla, él en otra, e intenté distraerlo, preguntándole por el quidditch para evitar que volviese a besarme o a declararme su amor eterno.

.

Draco terminó durmiéndose a mi lado, con su cabeza afirmada en mi hombro y su baba cayendo sobre mi túnica. Buaj. Supuse que eso marcaba el fin del efecto de la poción, así que me levanté y lo cubrí con una manta dispuesta a marcharme. No pensaba quedarme allí a esperar que despertara y desatara su furia en mi contra.

One-Shots • Harry Potter saga || Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora