34- Fred Weasley

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Monstruo


LUCÍA

La lluvia cae mojando todo a su paso en un atardecer gris y decadente. Las calles, prácticamente desiertas, están llenas de barro. Y el lúgubre paisaje es acompañado por la imagen de muchas tiendas cerradas, quemadas y abandonadas a lo largo del callejón Diagon.

Pero hay una tienda en particular que parece ajena a su alrededor, como si no perteneciera a este tétrico lugar sino a una dimensión de ensueño.

Sortilegios Weasley.

Demás está decir que es una tienda llena de colores y chucherías por donde se la mire, y parece transmitir la alegría necesaria que todos necesitamos para mantener la esperanza en este tiempo de caos.

—¿Te vas a quedar mirando esa tienda por el resto de la noche o ya podemos irnos? —gruñe Draco metiendo sus manos en los bolsillos de su capa. Está igual de empapado que yo—. Si tanto quieres hablarle a Weasley, hazlo, pero apiádate de mi culo congelado y apresúrate, Lu.

—Sólo... esperemos que se desocupe la tienda. Hay mucha gente...

Draco bufa y refunfuña afirmándose en la pared. Ambos estamos escondidos en el hueco entre dos tiendas abandonadas, ya que nuestros rostros y apellido son bastante populares estos días y no queremos ser reconocidos.

—Paciencia, bebé.

—No me llames bebé, Lu. Sólo eres dos años mayor que yo. Eso no te hace mi madre.

—Pero sí me hace tu hermana mayor. Ahora cállate y espérame aquí como el bebé obediente que eres.

Lo escucho soltar una maldición mientras me alejo, y me prometo que más tarde lo molestaré aunque sea un poco por ese vocabulario tan atrevido que ha desarrollado.

Vamos, que no podría llamarme una digna hermana mayor si no molestará a Draco aunque sea una vez al día. Es mi pasatiempo favorito.

Cruzo la calle con rapidez y entro a Sortilegios Weasley sacudiendo mi túnica. No quedan más de tres clientes ya terminando sus compras, y mi corazón se detiene cuando veo a Fred salir de la trastienda con una caja de plumas mágicas.

El pelirrojo luce distraído mientras acomoda las plumas. Cuando los clientes se van, George se aleja de la caja y se acerca a la puerta. Es el primero en verme y me sonríe.

—Hola, Lu. Fred está por allá. Cerraré la tienda y los dejaré solos.

—Gracias, George.

Me acerco a Fred y cubro sus ojos con mis manos desde atrás. Él se sobresalta, supongo que es por mi piel fría.

—¿Quién soy?

—Un troll de las montañas del sur.

—¡Fred!

Él ríe mientras se voltea, tira de mis manos pegándome a su pecho y besa mi frente, luego mi nariz y finalmente mis labios con un movimiento suave y sin apuros que me deja con ganas de más.

—No sabes lo mucho que te he extrañado, Lu. ¿Cuánto tiempo más pensabas tenerme abandonado?

Mi sonrisa decae un poco, pero me recompongo.

—No pude venir antes, Freddie. Las cosas en mi casa no están muy bien desde que se llevaron a mi papá a prisión. Nos vigilan a mi hermano y a mí.

—Entiendo. ¿Cuánto puedes quedarte?

—Sólo unos minutos. ¿Podemos hablar en otro lugar?

—Claro.

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