🏹17🗡️

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El rey había tomado nuevamente su puesto y a pesar de eso había personas que preferían ser escuchadas por mí, porque mis intervenciones eran menos drásticas que las de ese hombre. Yo prefería escuchar y dar una solución más lógica mientras que el energúmeno recurría a la fuerza bruta la mayoría de las ocasiones.

¿Había una pelea entre un matrimonio?

Yo recurría a la comunicación y él ordenaba la muerte de la parte que causó el problema.

Exterminar el problema de raíz no siempre era la solución, al menos no en esos casos.

— Asesinar a un esposo por no regresar a tiempo a su vivienda no es de sabios. — Mascullé entre dientes.

Había sido obligada a sentarme en la sala de tronos al lado de Alaric. Al parecer Gilderoy se cansó de tener que estar de un lado a otro como mensajero y prefirió juntarnos a ambos en un solo lugar a pesar de que ninguno estaba de acuerdo.

— Si es un problema...— Levanté la mano para que no continuara.

— Ah, por favor cállese de una vez. — Froté mi cien mientras ignoraba la mirada mortal que me estaba lanzado. — No todo se resuelve ejecutando.

— ¿Qué sugiere la mujer que debería estar muerta? — Mis comisuras se elevaron con fastidio.

Llevaba un par de días diciendo eso. Para todo lanzaba ese ataque.

El tema era que mis padres habían sido reyes hacía más de sesenta años así que yo debía ser una mujer mayor o estar muerta en caso de haber sido asesinada o de haber sido atacada por alguna enfermedad de la época.

— ¿Sabe? Creo que no se ha dado cuenta de que si hubiera nacido en esta época, usted no estaría aquí sentado. Alguno de mis hijos estaría tomando decisiones y yo no tendría que escuchar sus absurdeces. — Ambos nos pusimos de pie, cada cual con sus propias intenciones.

Su mano sujetó mi cuello aunque no con la misma fuerza con que lo había hecho las dos veces anteriores.

— Podrá ser legítima heredera del trono pero el pueblo me reconoce como su rey. No me provoque, mujer. — Dio un leve apretón para nada juguetón. — Podría asesinarla antes de que lograra siquiera pedir ayuda.

— Lo habría hecho si así lo quisiera. — Susurré, metiendo mis dedos entre mi cuello y su mano. — No me toque sin mi autorización, sirviente.

Sirviente... Era la primera vez que llamaba a alguien de esa forma tan despectiva y lo hice con la figura de autoridad de Britmongh.

— Señor...— Su consejero intentó llamar su atención pero los ojos de Alaric estaban sobre los míos.

— No lo volveré a repetir, suélteme. — Su comisura izquierda fue elevándose con lentitud.

— ¿Qué hará si no la suelto? ¿Traerá a su amante? — Llevé mis dedos índice y pulgar a la piel broceada de su brazo y pellizqué con fuerza.

Su ceño se función bruscamente y su mano liberó mi cuello. Mientras que yo me dedicaba a salvaguardar mi cuello con mis propias manos, él revisaba lo que le había hecho. Si de algo me enorgullecía era de mis pellizcos, algo tan simple pero doloroso podía salvarme de muchas cosas.

— Y la próxima vez le arrancaré la piel. — Aseguré. — Compórtese como un rey, no como un salvaje.

— Estoy ansiando asesinarla. — Masculló, todavía revisando su brazo.

— No sea llorón, no le hice nada. — Jalé su brazo hacia mí y comencé a pasar mi mano una y otra vez por donde lo había pellizcado. — No hay nada. Tal vez le duela un poco y le salga un morete, pero nada más.

— Maldita bruja. — Continuó mascullando mientras ambos tomábamos asiento. — Será quemada.

— Gilderoy. — El nombrado se acercó a mí pese a la clara advertencia que le hizo su señor. — ¿Le apetece acompañarme al pueblo?

Estaba observando al consejero pero pude ver por el rabillo del ojo cómo la cabeza del rey se giraba con violencia hacia mí. Casi podía escuchar los engranajes de su cabeza moviéndose cada vez más rápido.

— ¿Quién mejor que usted para mostrarme las necesidades de la gente? — Él era el que más contacto tenía con los pueblerinos así que era el más adecuado para explicarme la situación de cada persona.

— ¿El rey? — En su voz había algo de temor.

— Alejará a todos. — El aludido golpeó el reposabrazos derecho de su trono.

— Gilderoy me sirve, no a usted. — Mis comisuras se elevaron.

— Si tanto teme que la lealtad de su servidor cambie, debería venir con nosotros. Oh, gran y temible señor...— Una de sus manos fue a parar en el reposabrazos de mi trono y fui arrastrada hacia él con todo y silla. — Hola...— Saludé con nerviosismo al tenerlo tan cerca.

— Está acabando con mi paciencia. — Sabía que no estaba mintiendo.

Alaric me había dejado pasar muchas, incluso cuando nos encontrábamos en unos tiempos tan conflictivos y poco tolerantes. Me había tenido la suficiente paciencia como para no matarme pero debía controlarme aunque fuera un poco, porque no debía faltar demasiado tiempo para que se cansara y me asesinara.

Podía molestarlo pero faltarle el respeto ya no era una opción.

— ¿Nos acompañará? — Puse la sonrisa más angelical que pude mientras pestañeaba un poco más de lo necesario.

— No. — Respondió con sequedad.

Si no podía insultarlo iba a ser jodidamente molesta.

— Diga que sí. — Tomé su brazo y bajo su mirada confusa comencé a zarandearlo. — Diga que sí, diga que sí. Acompáñenos.

— Suélteme. — Intentó sacar su brazo pero puse toda mi fuerza en ese agarre.

— Me comportaré, lo prometo. — Mostré mi meñique y se quedó mirándolo como la primera vez que lo hice. — De donde vengo esto es una promesa, pero si quiere podemos llamarlo un juramento. — Tomé su mano, doblé los cuatro dedos que no necesitaba y entrelacé nuestros meñiques. — Se hace así...

Estaba tan inmersa en lo que hacía que solo me percaté de que Gilderoy se había acercado para ver lo que hacíamos cuando estuvo a nuestro lado y murmuró un casi inaudible "oh". Solo entonces el rey alejó su mano de la mía como si le quemara y yo carraspeé para recobrar la compostura.

— ¿Qué ocurre cuando no cumplen con el juramento? — Por primera vez mostraba interés en algo que decía.

— Pues... Nada. — Negué lentamente.

— Deberían cortarse el dedo. — Oh, ese hombre estaba pensando en cosas bastante turbias.

— Son otros tiempos, las torturas no son castigos bien vistos. Sin embargo, ofrezco mi dedo para que sea cortado si no cumplo con mi palabra. — Llevó el dedo índice bajo sus labios mientras miraba mi meñique.

Estaba pensando y debía admitir que pese a aquella gran cicatriz, era un hombre de buen ver. De hecho, esa herida le aportaba algo aunque no sabía muy bien el qué.

— Iremos a caballo, no me haga esperar. — Mis comisuras se elevaron y no fueron por fastidio ni en una mueca.

Había accedido, además, iba a subirme a un caballo.

Doblemente bien.

— ¿Qué espera? — El fastidio en su voz era evidente pero solo me hizo sonreír aún más.

— Alaric. — Sus ojos verdes se entrecerraron. — Eres genial. — Levanté mis dos pulgares y salí corriendo antes de que se arrepintiera.

Al parecer no era tan malo después de todo. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora