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Los días comenzaron a pasar con rapidez mientras esperaba a que mis flechas estuvieran listas, practicaba con Alaric y tomaba esa agua milagrosa. Me sentía bien, con energía y feliz porque llevaba alrededor de cuatro días sin soñar con la bruja.

El ambiente estaba tranquilo, demasiado para el mal que acechaba a esas tierras y por lo mismo Alaric había estado de muy mal humor. Después de que el grupo con los mejores hombres se fuera no habíamos sabido nada y mucho menos escuchado. Se había instalado un silencio en las entrañas de los bosques secos que era alarmante.

Ni un solo ave cantaba y en la noche no había grillos ni sapos que se escucharan. De hecho, comenzaba a pensar que el destrozo de la bruja había sido tan brutal que ni siquiera quedaban animales con vida.

— Alaric, debería descansar. — El hombre frente a mis ojos tenía la mirada puesta en un mar de pergaminos y bajo sus ojos verdes se encontraban unas ojeras enormes. — Se ve horrible.

Mentía como una desgraciada. Ese hombre no sabía lo que era la fealdad y mucho menos llegaría a conocer lo horroroso. Era tan atractivo que esas ojeras solo lo hacían ver cansado e incluso molesto, pero nunca horrible.

— ¿Cuáles fueron las palabras del duque de Ankra y el rey de Ciat? — Ignoró por completo mis palabras.

— El rey de Ciat vendrá cuando logre alzar una muralla que los proteja. — Su mueca de disgusto fue suficiente para saber que aquello iba a tardar más tiempo del que realmente teníamos. — Ankra no desea tener problemas con ningún reino, prefiere no meterse en disputas innecesarias.

— ¿Innecesarias? — Golpeó con fuerza el escritorio, provocando que mi cuerpo se sobresaltara. — Cobardes, son unos malditos cobardes que...

— Alaric. — Me fui levantando con lentitud mientras colocaba mis manos sobre los pergaminos para evitar que continuara observándolos. — Es suficiente. Si no descansa probablemente enfermará y le recuerdo que Britmongh tendrá un enfrentamiento con Prifac por lo que usted debe encontrarse bien, sano.

— Pronto tendrá sus flechas. — Volvió a cambiar levemente el tema de conversación aunque no tanto como lo había hecho anteriormente.

— Perfecto, hasta entonces...— Señalé la puerta con mi mano. — Vamos al exterior. No he comido y usted dijo que me acompañaría a todas partes.

Por instantes creí que me mandaría a freír espárragos pero no fue así. Después de quedarse mirándome directo a los ojos suspiró y se puso de pie con pereza.

— Camine. — Ordenó con una suavidad atípica.

— Es el mejor. — Le sonreí, alzando los pulgares en su dirección.

Nos dirigimos hacia el comedor sumidos en un extraño pero cómodo silencio. Suponía que Alaric estaba pensando en las disputas diplomáticas y en el caos que había afuera de las murallas.

— Hay algo que me preocupa. — Murmuré mientras tomaba asiento en mi lugar.

Esperé pacientemente a que él se sentara y cuando movió la mano para que continuara hablando, proseguí.

— Los pueblerinos comienzan a sufrir. Personas sangran sin motivo, caen enfermas, el agua escasea y los alimentos también. — Asintió con lentitud como si hubiera comprendido por dónde quería llevar la conversación. — Debemos hacer algo.

— Esperamos a los soldados. — Negué lentamente porque sabía que esos hombres debían estar muertos.

— ¿Alguna vez ha visto a la bruja? — Tardó un poco en responder pero finalmente negó. — Es más grande que usted, mucho más fuerte y veloz. — Expliqué mientras observaba lo que deseaba comer. — Es difícil de herir y mucho más de matar. Cuando llega avisa, solo hay que prestar atención.

— ¿Qué quiere decir? — Puse toda mi atención en el hombre que se encontraba al otro lado de la mesa, ese que a pesar de estar lejos seguía sintiéndose cerca.

— He notado que cuando la bruja está cerca hay incendios o el día se oscurece aún más. Es como si la naturaleza nos avisara o como si ella misma se presentara ante su público. — Murmuré más para mí que para Alaric. — Es como si quisiera que...

Antes de que pudiera terminar mis palabras nuestras cabezas se giraron hacia un mismo lugar. Algo se había escuchado, un ruido acompañado de gritos y exclamaciones. Intercambiamos una mirada rápida antes de ponernos de pie y correr hacia donde creíamos que había sucedido algo pero cuando llegamos vi todo menos lo que esperaba.

— Por Dios...— Susurré, llevando mis manos a mis labios.

Frente a todos nosotros se encontraba uno de los hombres que había sido enviado para explorar los bosques junto a Kamal y a un par más. Se suponía que era uno de los mejores soldados pero ahí estaba, muerto y abierto en canal. Su interior estaba expuesto y su expresión facial me hacía pensar que aquello había sucedido mientras continuaba con vida.

Un par de gritos masculinos se escucharon desde el otro lado de la muralla pero no le presté atención a eso sino al cielo.

— Ahí viene. — Susurré.

— ¿De qué habla? — Preguntó Alaric.

Mis ojos fueron testigos del oscuro color gris que cubría el cielo con rapidez.

— Está aquí. — Continué susurrando antes de mirarlo a los ojos. — La bruja. — Señalé el cielo, demostrando lo que había estado diciéndole en el comedor.

— Tomen las espadas, la bruja se acerca. — Gritó para que todos se prepararan. — Usted se quedará a mi lado. — No pude objetar, ni siquiera fui capaz de abrir la boca para quejarme cuando su mano se aferró con fuerza a mi muñeca.

Mientras era prácticamente arrastrada hacia el interior del castillo y mi mano libre sujetaba la manga de su camisa con fuerza, un fuerte estruendo en la muralla le hizo acelerar sus pasos.

— Alaric...— Sin decir nada un casco se me fue colocado en la cabeza y me entregó una espada.

— Usted es mejor con el arco, pero necesito que pueda defenderse. — Nos señaló como si quisiera decir que debía defenderme cara a cara. — Se quedará en el castillo.

— ¿Qué? No, no puedo quedarme aquí mientras son masacrados. — Sus ojos me decían que no era una petición sino una orden, pero no estaba dispuesta a cumplir con ella tan fácilmente. — Mi arco.

— Thabita. — Negué sin saber lo que iba a decirme.

— Si quiere que me quede aquí entonces dispararé flechas para protegerlos. Esa es mi última palabra. — Comencé a correr hacia los aposentos mientras escuchaba que me llamaba.

Mi nombre era gritado por Alaric y se fue ahogando hasta dejar de ser escuchado gracias a las paredes y los extensos pasillos.

— Lo siento Alaric pero no he venido aquí para solo ser protegida. — Abrí la puerta con brusquedad y no dudé en tomar mi arco y las flechas. — Es hora de hacer brochetas.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora