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No iba a mentir, en la soledad de mi aposento se me había escapado una que otra lagrimilla traicionera pero, ¿a quién no? Yo había visto y tocado el resultado de la bestialidad de aquellas personas, así que sentir preocupación por Alaric y los soldados que habían ido con él era completamente valido.

Los días pasaban con lentitud, logrando parecer el doble o el triple de la cantidad de tiempo que realmente había transcurrido. En Britmongh todo se encontraba tranquilo, demasiado silencioso para estar habitado por miles de personas.

— Le diré al rey su sentir y me aseguraré de que tome la mejor decisión para su bienestar. — Dije después de haber escuchado un problema que tenía una de las vendedoras del mercado. — Por el momento pediré que traigan madera para que usted y su familia no padezcan.

— Se lo agradezco alteza. — Reverencio un par de veces en agradecimiento por mi intervención.

Desde la partida de Alaric había estado en el pueblo escuchando a los pueblerinos y buscando soluciones a cada uno de sus problemas. Por lo general lo que les preocupaba era lo mismo que a la mujer, su supervivencia. Debido al clima las cosas que en antaño vendían en esos momentos no se conseguían y por lo mismo comenzaban a carecer de recursos monetarios para alimentarse. Además de eso estaba el tema de la madera. Como no podían cruzar la muralla porque la mayoría de soldados estaban fuera de Britmongh, la madera para calentarse estaba escaseando en las viviendas.

No mentía cuando decía que iba a hablar con Alaric para buscar una solución y tampoco lo hacía cuando prometía que iban a tener madera. Ningún pueblerino iba a morir de frío bajo mi mandato. Si llegaba a descuidar a la gente iba a ser asesinada por un rey furioso y eso no era lo que quería.

Alaric...

¿Cómo se encontraría? ¿Estaría bien? ¿Habría dormido? ¿Se habría alimentado?

Esas y muchas preguntas rondaban todo el tiempo por mi cabeza.

— Lo extraño...— Susurré mientras continuaba mi recorrido.

En algún momento había pensado en tomar el espejo y hablar con esa extraña mujer pero me había desecho de esos pensamientos con tan solo pensar en la reacción del rey. Si volvía a verla estando sola probablemente iba a terminar sin manos y sin espejo.

Sí, era mejor esperar y hablarlo con él antes de tomar decisiones poco cuidadosas. Prefería evitar que Alaric se enterara de una mala manera, posiblemente por otra persona o en medio de alguna circunstancia poco agradable.

Dormir era un lujo que apenas y podía darme. Tenía tantas responsabilidades encima que poder descansar más de treinta minutos resultaba ser imposible.

— Si fuera alguien desorganizado esto sería peor. — Sonreí levemente mientras leía un par de solicitudes de tratados que debían firmarse cuanto antes.

Alaric era alarmantemente organizado, no al punto de poner los pergaminos por orden alfabético según comenzaba la primera letra del escrito, pero sí para hacerlo por reino o jurisdicción. Por ejemplo, el papeleo de Villa Vurshka estaba organizado desde el primero documento hasta el último y apartado de cualquier otro pergamino que no tuviera que ver con ellos, cosa que sucedía con el resto de reinos.

— Quisquillosamente meticuloso. — Murmuré, poniendo la solicitud de tratado de Suram, quienes querían fortalecer aún más su relación con Britmongh.

Después de haber caminado por todo el pueblo me centré en escribir y adelantar parte del trabajo que tenía el rey. Había cosas que prefería no firmar o mirar demasiado porque consideraba que necesitaban de alguien con mayor conocimiento y poder, debían ser revisadas por el mismísimo rey en persona.

— Debería descansar su alteza. — Sugirió Gilderoy.

Pobre hombre, había tenido que mantenerse a mi lado en todo momento, incluso cuando salía del castillo y caminada por todas partes para asegurarme de que todo estuviera en orden. En más de una ocasión le había dicho que fuera a descansar o que no era necesario que me acompañara pero era prácticamente como si lo estuviera insultando. Al ser ese su deber, que alguien le dijera que no era necesaria su presencia era como llamarlo de la peor forma posible.

— Le tomaré la palabra. — Asintió como si mi decisión fuera lo correcto.

¿Acaso me veía como si fuera a colapsar? ¿Mi apariencia era horrible?

Caminé hacia el aposento siendo escoltada por el consejero del rey y un par de soldados que siempre velaban por mi seguridad. No estaba Kamal pero algo me decía que le había dado órdenes a Jiram para que no me quitara los ojos de encima.

— Descansen. — Les mostré una leve sonrisa antes de cerrar la puerta y lanzarme a la cama.

Estaba agotada, mi mente y mi cuerpo estaban hechos un lío y la falta de sueño no era una buena alternativa.

Cerré los ojos durante unos pocos segundos, luego los abrí y volví a cerrarlos, cada vez con mayor lentitud.

Mis parpados se elevaron, permitiéndome ver lo que ocurría a mi alrededor cuando a mis oídos llegaron un par de murmullos inentendibles. El lugar estaba oscuro y parecía extrañamente familiar. Sentía como si hubiera estado allí cientos de veces pero no pudiera recordar una en particular.

Con cautela y sin emitir ruido alguno fui acercándome hacia el lugar de donde provenían las voces. Como no había casi iluminación me era difícil saber si estaba próxima a tropezar o si había algo en el suelo que pudiera sujetarme los pies. Por suerte nada de eso sucedió, permitiéndome llegar a mi destino.

No estaba loca, ese lugar me era conocido. Algo tan normal como una piedra de un color diferente al resto podía estar en cualquier lado pero nunca se olvidaba.

La sala de donde salían las voces estaba iluminada como si en vez de antorchas hubiera una fogata en el centro. Las paredes eran iluminadas gracias al color naranja opaco y permitían que la sombra de dos personas llegaban al techo. No podía distinguir quienes eran pero presentía que estaba por descubrirlo.

— ¡El rey ha vuelto! — Gritó alguien a la distancia y mi cabeza se giró hacia esa dirección.

¿Era parte del sueño o era real?

— ¡El rey ha vuelto! — Volvió a gritar.

Me debatí entre intentar escuchar algo e incluso ver algún rostro o ir a ver si realmente Alaric había vuelto. Si despertaba y no era real podría haber perdido una oportunidad inigualable pero si el anuncio era real...

Con pesar fui alejándome de la sala mientras me obligaba a despertar. Tardé un poco pero al final logré hacerlo y sin perder el tiempo salí corriendo del aposento.

Todas las antorchas estaban encendidas y los soldados en sus puestos, lo único diferente era el caos de voces en el exterior.

¿Era real?

Mi pregunta fue respondida cuando un hombre de cabello largo y rubio, piel bronceada, mirada verdosa y con una inconfundible cicatriz en el rostro apareció frente a mí. Había subido el último escalón que separaba el exterior del interior del castillo y allí, a tan pocos metros de distancia se encontraba el causante de mis pocas horas de descanso.

— Le dije que era un rey de palabra. — Ninguna de las personas que estaban alrededor iba a poder entender cuánto significaban esas palabras, ninguna excepto yo.

Mis nervios se dispararon y nuevamente me vi entre dos tentadoras opciones. Correr y abrazarlo o caminar y dejar que todo fluyera... Actuar como demente o como dama...

Sin ocultar la alegría que me causaba volver a verlo caminé hacia él, dando un salto en el último segundo para que me atrapara. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y oculté mi rostro allí mismo.

— Bienvenido a casa. — Susurré mientras era apretujada.

A ninguno nos importó que tuviéramos público, después de todo él era un rey de palabra y ambos sabíamos lo que iba a suceder desde ese momento.

Un gran y deslumbrante anillo iba a adornar mi dedo anular. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora