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Corría entre los arboles con desesperación mientras intentaba escapar de algo que no podía ver pero que sí escuchaba. Las ramas secas cedían con su paso, quebrándose y permitiéndome hacerme una idea aproximada de dónde se encontraba lo que fuera que me perseguía.

Mis pies dolían porque con cada paso que daba las ramas, astillas y otras cosas desconocidas, se incrustaban en ellos. Sin embargo, no iba a detenerme para curar las heridas cuando esa cosa podía causar unas peores.

Estaba asustada y aunque tenía el presentimiento de que conocía lo que me estaba corriendo por el bosque, no podía recordarlo. A la distancia vi una vivienda en mal estado pero no dudé ni un solo instante en correr hacia allí. Puse todas mis fuerzas para llegar, tanto que mis piernas comenzaron a flaquear, pero cuando mis manos tomaron la madera de la puerta y empujaron todo eso dejó de importar.

— Por Dios...— Susurré, cerrando la puerta y recostándome en ella.

Estaba fatigada, no, parecía que en cualquier momento mis pulmones iban a salir por mi boca. Cerré los ojos unos instantes para limpiar el sudor que empezaba a bajar en su dirección.

Lo menos que necesitaba en ese momento era que mis ojos ardieran.

Al abrirlos nuevamente no encontré la estancia oscura y al borde del colapso a la que había ingresado, sino una gran escalera de bajada. Mis vestimentas tampoco eran las mismas que había estado llevando. El vestido corto, rasgado y con manchas de suciedad se había convertido en uno largo, limpio y de color azul marino con detalles en plata. Se veía elegante, casi como si estuviera a punto de conocer a alguien de la alta jerarquía.

Fui bajando lentamente, preparada para esquivar cualquier cosa que estuviera esperándome allí abajo. Con cada paso que daba las escaleras se iban iluminando.

— Luce hermosa. — Susurró un hombre muy cerca de mi oreja.

— ¿Lo conozco? — Él negó con la cabeza mientras una sonrisa se iba extendiendo por sus labios.

— No, lastimosamente no hemos tenido el placer de conocernos antes. Mi nombre es Alaric, rey de...— Una interferencia me impidió escuchar de dónde era rey. — ¿Señorita? — Mis oídos no me engañaban, cada que él intentaba hablar parecía que alguien encendía un gran televisor con interferencia.

Era molesto porque no encontraba ninguno en aquel salón repleto de personas bien vestidas. Por culpa de algo que no podía ver me era imposible concentrarme en ese hombre.

— ¿Gusta bailar? — Asentí, tratando de ignorar el molesto ruido.

Permanecimos en silencio mientras bailábamos en el centro de ese gran salón iluminado con cientos de candelabros. Él era un gran bailarín y aquella danza lenta lo hacía ver mucho más elegante de lo que era.

— Ese niño...— Susurré, desviando la mirada hacia uno de los costados.

Había visto al mismo niño que en otras ocasiones, ese que corría y lloraba por algo que no quería decir. No podía evitar preguntarme el motivo por el cual se encontraba allí, rodeado de tantos adultos que ignoraban su presencia.

— ¿Puede verlo? — Fruncí el ceño profundamente.

¿Qué si podía verlo? Por supuesto que lo hacía, era imposible de ignorar.

— ¿Usted puede? — Alaric asintió con una sonrisa de boca cerrada que carecía de sinceridad.

— Dicen que cuando se puede ver a alguien como él es porque se está maldito. — ¿Alguien como él?

— ¿A qué se refiere? — Su boca se abrió como si fuera a responder pero de ésta no salió nada.

Sin embargo, de algún lugar se fue escuchando un sollozo que iba tomando fuerza con cada paso que el niño daba. No entendía nada...

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora