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Luego de haber tenido aquel candente sueño que no pudo tener su vinal feliz, el causante de mis dolores de cabeza no había dejado de reñirme por haber sido descuidada. Tal vez Letta tenía más razón de lo que creía, el rey se preocupaba demasiado, era peor que mi papá o que Ian.

Todavía podía sentir el cosquilleo en mi cuello y era capaz de recordar las sensaciones que recorrieron mi cuerpo con cada succión. No, su cercanía era un peligro y no ayudaba que prácticamente todo el tiempo insinuara que iba a ser su esposa.

— ¿Se encuentra bien? — Preguntó desde el otro lado de la mesa.

Di un leve asentimiento en respuesta a su pregunta luego de centrarme en lo que se suponía que estuviera haciendo. Era la hora del desayuno y para mi sorpresa, las cantidades de comida habían sido reducidas. Podía ser porque estábamos en escases o porque Alaric lo había ordenado después de cansarse de mis quejas, pero de todas formas lo agradecía. Desperdiciar comida no era bueno y mucho menos en tiempos en que la gente muere de hambre.

— Luce indispuesta. — Me sobresalté al escucharlo tan cerca.

¿Cuándo había llegado a mi lado? ¿Por qué no había notado sus pasos?

Levanté la mirada para verlo y de inmediato me encontré con aquellos ojos que me observaban con cierta preocupación. Su ceño estaba fruncido y sus labios vuelto una línea recta.

Sus labios...

Inmediatamente bajé la mirada nuevamente a mi plato vacío y limpio.

Mi corazón latía demasiado rápido, tanto que parecía querer salirse de mi pecho para caer sobre la mesa. Mi cara ardía y no era necesario verme a un espejo para notar que estaba sonrojada.

— Su rostro...— Cerré los ojos para evitar que notara mi vergüenza.

— ¿Qué estoy haciendo con mi vida? — Susurré antes de encararlo. — Estoy bien, debería alimentarse.

— Usted igual. — Masculló mientras ponía su atención en mi plato. — No ha probado nada.

— Sí, eh...— Tomé lo primer que vi y lo coloqué. — Ya voy.

— A usted no le agrada el pato. — Tomó mi plato como si fuera suyo antes de hacerle una seña a una de las mujeres para que le dieran le pasaran donde realmente debía servir sus alimentos. — Salgan. — Ordenó.

Por instinto me puse de pie cuando las mujeres comenzaron a irse. Estaba preparada para dejarlo comer solo pero Alaric me sujetó de la muñeca, evitando así que siguiera sus órdenes.

— Usted no. — Con toda la calma del mundo separó la silla a mi lado y se sentó ahí. — Dígame lo que sucede.

— Nada. — Mi voz había salido chillona, casi molesta. — Tengo hambre...

Alaric colocó sobre su plato un poco de pollo y lo puso frente a mí.

— Thabita. — No levanté la mirada, me concentré en lo que estaba ingiriendo. — No voy a forzarla a hablar.

— Gracias. — Susurré.

Se formó un silencio bastante denso entre nosotros, uno que ni siquiera podía ser rellenado con los ruidos del exterior.

— Iré a luchar. — Alcé la cabeza en su dirección.

— ¿Qué? ¿Cuándo? — Lo observé levantar su copa de vino y llevarla con elegancia hacia su boca. — ¿Contra quién?

— Hosmad. — La sola mención de ese lugar me erizó la piel. — En un par de albas.

— Iré con ustedes. — Negó con la cabeza casi de inmediato.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora