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La cabeza cayendo, su sangre salpicando por todas partes... Esa escena se repetía en mi cabeza una y otra vez como si se tratara de una película de terror.

No me había movido de mi lugar y tampoco había abierto los ojos. No porque Alaric me lo hubiera ordenado, cosa que hizo al ver mi estado, sino porque no podía. La desagradable sorpresa había calado tanto en mi cabeza que no podía ni moverme.

— Esto volverá a suceder cada que alguien ose a faltarle el respeto. — Escuché su voz más cerca y supuse que los soldados se habían retirado del despacho y del exterior, volviendo a tomar sus puestos.

— No era necesario. — Aseguré con voz ahogada.

— Lo era y debería acostumbrarse si aún desea luchar. — Asentí levemente. — Le diré cuando deba volver a hacerlo. — No me había enterado de que por mis mejillas estaban bajando un par de lágrimas hasta que sus pulgares las retiraron.

— De acuerdo. — Susurré, sorbiendo mi nariz.

No entendía por qué cuando estaba viéndolo a los ojos no podía encontrar al asesino que era porque para ser sincera, todos en esos tiempos lo eran. Mataban para sobre vivir, porque sí, porque no y por si acaso. Les quitaban la vida a sus enemigos pero también a sus familias si era necesario. Sin embargo, y aun sabiendo eso, no lograba encontrar al monstruo que se escondía detrás de esos ojos verdes que me observaban fijamente.

Tal vez alguna tuerca se me había salido después de tantos golpes y heridas o podía ser debido a la falta de sangre por la que había pasado.

— ¿Se encuentra bien? — Asentí bajo su atenta y preocupada mirada.

Ni siquiera en esos momentos podía ver al hombre cruel. Frente a mis ojos había una persona que desconfiaba en la mayoría de las personas y que intentaba mantener a todos lejos como si así pudiera protegerse así mismo.

— Iré a mi aposento. — Murmuré, bajando la mirada y conteniendo las enormes ganas que tenía por volver a acariciar aquella cicatriz.

Con lentitud me alejé de su tacto y fui acercándome a la puerta mientras me aferraba de su escritorio, de la silla más cercana y luego de la pared.

No sabía qué era lo que me tenía tan débil pero iba a dejar de alimentarme de las mismas cosas y de estar acostada tanto tiempo para poder estar bien. Era consciente de que si me encontraba débil o mínimamente fácil de asesinar, Alaric no iba a dejarme ir con ellos. El rey podía ser permisivo en algunas cosas pero no iba a permitir que sus hombres estuvieran en peligro por proteger a una mujer incapaz de defenderse sola.

Al salir allí se encontraba Kamal con mi arco y flechas, esperando justo donde lo había visto posicionarse antes de que entrara con Alaric y el ya fallecido duque.

— Vamos. — Le murmuré.

Tan pronto la mano de Kamal sujetó mi antebrazo, la puerta a nuestras espaldas se abrió. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando el recuerdo de una situación similar volvió a mi cabeza.

Mierda, ya iba a tener que escuchar otra vez las duras palabras de Alaric.

— ¿Qué hace? — Preguntó con aquel tono brusco que utilizaba con el resto.

— La princesa se encuentra indispuesta. — Se adelantó Kamal. — La llevo a su aposento.

— Olvídelo Kamal, iré sola. — Quería evitar una posible discusión entre esos dos.

— Princesa...— Negué, sintiéndome cada vez más pequeña bajo la pesada mirada de Alaric.

— Se lo agradezco pero es mejor que obedezca. — Mascullé entre dientes mientras tomaba mis cosas y comenzaba a sujetarme de la pared.

Mis pasos eran torpes y lentos. Tenía miedo de caerme y que a consecuencia de ello la herida en mi estómago volviera a abrirse o que sufriera dolores constantes en esa zona, más de los que ya tenía. Para mi sorpresa una mano se aferró a mi antebrazo y tuve que voltear para ver quién me estaba tocando.

Una par de ojos verdes, entrecerrados y llenos de desconfianza me saludaron.

— Camine. — Masculló entre dientes.

— Despacio...— Murmuré al sentir un tirón y lo vi pasar por mi lado. — Alaric, despacio...

— El médico la revisará. — No era una pregunta, era una orden prácticamente gruñida.

— No es necesario. — Y aun así me atreví a negarme.

— Es una orden. — Dijo lo que era evidente y ya sabía.

El camino hacia el aposento fue lento y por suerte no tuve que escuchar sus quejas o regaños porque se mantuvo callado y atento a que no tropezara con mi propio pie. Una vez llegamos tomó mi arco y mientras yo me acercaba a la cama, él dejaba recostado sobre la pared mi arma y flechas.

— Con el alba le daré sus flechas. — Murmuró, regresando a mi lado.

— ¿Y mi armadura? — Sus comisuras se elevaron levemente.

— Gilderoy me había dicho que usted deseaba una armadura como la de su padre. — Asentí. — Podrá llevarla cuando luchemos contra Prifac.

— ¿Está hecha? — Fue su turno de asentir como si entendiera mis palabras. — ¿Y la espada?

— La de su padre. — Una sonrisa genuina apareció en mis labios. — Usted así lo deseaba.

— Gracias. — Alcé la mano hacia él pero en vez de recibir lo que esperaba, Alaric la observó con el ceño fruncido. — Oh, lo olvidé...— La fui bajando lentamente hasta que su mano sujetó mi muñeca.

— ¿Qué ocurre con su mano? — Quise reír ante una pregunta tan inocente, digna de un niño pequeño.

— Es que en mis tiempos chocamos los cinco. — Expliqué. — Mira. — Tomé su mano y extendí sus dedos para que quedara su mano completamente abierta. — Ambos ponemos las manos así y...— Choqué mi palma con la suya. — Listo, eso es dar los cinco.

— Dar los cinco...— Repitió mientras observaba la palma de su mano con curiosidad. — ¿Por qué?

— Se da los cinco en muchas ocasiones. Por ejemplo, cuando usted y yo resolvemos problemas podríamos darnos los cinco o como ahora, por haberme dejado utilizar la espada de mi padre. Es más bien para celebrar que algo bueno sucedió.

— ¿Debo dar los cinco cuando derrotemos a Prifac? — Asentí sonriente.

— Ese sería un muy buen momento para chocar los cinco. — Su cabeza se movió de arriba a abajo en un lento asentimiento.

Estaba confundido y lo entendía pero también estaba segura de que luego iba a entenderlo a la perfección.

— Descanse. — Murmuró, volviendo a mirar su mano.

— Usted igual. — Logré responder antes de que saliera de mi aposento. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora