Mis padres eran completamente opuestos. Por un lado se encontraba papá, quien no temía decir lo que pensaba sin importar el momento o la persona. En ocasiones su sinceridad podía ser bastante cruel e hiriente, sobre todo cuando decía las cosas en el momento en el que sucedían las cosas.
Por el otro lado estaba mamá, la alegría y la paz de la casa. Ella era delicada cuando hablaba y pensaba mucho las cosas aunque tenía sus veces en las que podía ser algo hiriente, sobre todo cuando estaba molesta. Mientras que mamá buscaba no herir a las personas, a papá le daba exactamente igual.
Dos personas diferentes que convivían prácticamente a la perfección. Eran pocas las veces en las que discutían a tal punto de dejarse de hablar por un par de horas. Sin embargo, la mayor parte del tiempo ambos estaban de acuerdo o eran diferencias sin importancia.
¿Por qué había salido todo aquello? ¿Acaso estaban discutiendo?
En absoluto, solo estaba pensando en ello porque me apetecía. Así era yo, podía estar hablando de aceitunas y de repente pensaba en el color de los canarios.
— Mamá, ¿te apetecería responder algunas preguntas? — Era evidente que no pero aun así le estaba preguntando.
Contexto, llevaba persiguiendo a mi madre por toda la casa y el patio porque ella no deseaba responder nada. Siempre era así, papá me aclaraba cualquier duda pero ella prefería no hablar de muchas cosas como lo era el tema por el cual la estaba persiguiendo.
— ¿Por qué no quieres responder? Solo te estoy preguntando lo que pensaste cuando viste a papá. — Como si lo hubiera invocado, apareció a nuestro lado sin tener idea de nada.
— ¿Qué pasa? — Preguntó mientras nos mirada a ambas con desconfianza.
— Llévatela a practicar. — Pidió mi madre.
— No quiere responderme lo que pensó de ti cuando te conoció. — Como si fuera algo que realmente le interesara, papá se recostó en la pared y cruzó los brazos.
— Yo también quiero saber. — Mamá se le quedó mirando como si esperara que su esposo se echara a reír y la apoyara, pero no fue así. — Tú sabes lo que yo pensé de ti pero yo no sé mucho de lo que pasaba por tu alocada cabeza.
— ¿Qué sé? Lo único que sé es que querías mi cabeza rodando. — Papá asintió, dándole la razón.
— Eras alguien peligrosa. — Sin poder evitarlo llevé la mirada hacia mi madre para verla de arriba hacia abajo.
A ver... Peligrosa no debió haber parecido, no con esa estatura y personalidad, mucho menos por su apariencia.
Por más que lo intentara no iba a ser capaz de imaginarme a la Sra. de Edevane como un ser humano peligroso. De hecho, ni siquiera cuando se molestaba lo parecía, era más bien como ver a una niña haciendo berrinches.
Simplemente adorable.
— ¿Me has visto? — El dedo índice de mi progenitora me señaló. — Ella lo acaba de hacer y tú, ¿no pudiste hacerlo? — Una vez que dejó de apuntarme con su dedo índice y suspiró, se dispuso a responder. — Pensé que eras horrible.
— ¿Me has visto? — Utilizó la misma pregunta que ella, solo que él estaba señalando su rostro. — De horrible no tengo nada, querida esposa. Además, si fuera horrible nuestra hija no hubiera salido tan preciosa.
— Se parece más a mí. — Se defendió.
— Tiene mis ojazos y con eso es más que suficiente. — ¿Desde cuándo papá era tan egocéntrico?
— Bueno, en fin. — Interrumpí su pequeña guerra de genes. — ¿Cuándo supiste que te gustaba?
— Sí Elizabeth, ¿cuándo supiste que te gustaba? — Al parecer era uno de esos días en los que papá no se tomaba nada en serio.
— ¿Qué te importa? — Aguanté la risa como una campeona pero su esposo no pudo hacerlo. — ¿Por qué tanta pregunta? ¿Acaso terminaste tus tareas? Y tú, ¿terminaste de limpiar el desastre que hay en la cochera?
Ambos nos miramos por el rabillo del ojo como si quisiéramos saber la respuesta del otro.
Yo ni siquiera había comenzado a hacer mis proyectos y por lo que podía ver, papá tampoco había terminado con su caos.
— Solo responde eso y nos vamos. — Ella comenzó a caminar lejos de nosotros sin siquiera mirar hacia atrás.
— Desde que me llevaste a montar a caballo por primera vez. — La respuesta lejana pero clara de mamá pareció ser del agrado de papá, quien comenzó a bailar y tararear.
— Sabía que eso iba a sumarme puntos. — Susurró cuando dejó de tararear y se fue a la cochera para evitar que ella se molestara.
Yo quedé allí, de pie y más envidiosa que nunca. Mamá tenía a papá, Dalila a Reli, Leigh y Said eran uno solo y Archie estaba con Delora. Todos tenían a alguien especial y yo solo tenía a la vieja pero cariñosa Arabella. La mascota que inicialmente era de papá había cambiado sus lealtades hacía bastantes años atrás. Iba a todos lados conmigo, no permitía que nadie se me acercara demasiado y cuando regresaba de la escuela era la primera en recibirme.
— Ven Ara, seamos solo tú y yo. — Dije cuando pasé por la sala, en donde ella tenía su respectiva cama.
Me fui a mi cuarto siendo seguida de cerca por mi fiel compañera.
— Tú me conseguirás a alguien bueno, ¿verdad? — Ella era bastante mayor así que gran parte del tiempo solo se acostaba y me miraba. — Eres la mejor.
Tomé la mochila que había a un lado de la cama y me dispuse a hacer mis proyectos para que no se me acumularan y terminara haciéndolos el día antes de entregarlos. Tenía que hacer tres trabajos distintos y todos para la misma fecha, dos semanas después.
Lo bueno era que con eso terminaba mi último año, lo malo, que tal vez no iba a poder ir a mi graduación. Mamá insistía en que debía ir porque en sí aquella sería la última vez que estaría con mis amigos pero me preocupaba que el tiempo continuara pasando porque en el medievo todo estaría peor.
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Flecha de Fuego© EE #6
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Sexto libro de la saga EE.• •Es necesario leer todos los libros para comprender lo que sucede en la historia y conocer a los personasjes.• Aquellas tierra...