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Las lágrimas bajaban por mis mejillas en un llanto silencioso. Era de noche y todo estaba demasiado oscuro, tanto que comenzaba a sentirme ansiosa.

No entendía por qué estaba encerrada y tampoco comprendía el comportamiento de Alaric.

Mi espalda estaba completamente pegada a la pared del vano. En mi cabeza tenía sentido que si algo llegaba a entrar por la ventana lo iba a hacer con tanta prisa que no iba a poder verme. En cambio, si me sentaba junto a la puerta me encontraría expuesta.

No estaba sola. No estaba sola. No estaba sola.

Si gritaba iban a ayudarme. Si gritaba iban a llegar a tiempo.

No estaba sola.

Me repetía esas palabras una y otra vez para intentar calmar el temblor de mis manos pero era imposible. A medida que la oscuridad se apoderaba del aposento el temor se apoderaba de mí.

Me hice bolita en el suelo, sujetándome las rodillas en un pobre intento por sentirme segura.

— Quiero ir a casa. — Susurré para mí.

Intentaba que el silencio de la noche no me enloqueciera porque debía llegar cuerda a mi hogar. Oculté la cabeza entre mis rodillas y brazos cuando no hubo ni una pizca de claridad en mi aposento.

El llanto se apoderó de mí así como el miedo y la ansiedad.

La habitación se estaba volviendo cada vez más pequeña y sofocante. Estaba sola y a merced de la bruja.

Mis sollozos se fueron volviendo incontrolables.

Las manos me dolían por haber estado apretándolas con fuerza y mi pecho subía y bajaba con rapidez. No podía respirar, iba a morir allí.

Unos ruidos se escucharon en el exterior y eso solo aumentó mi miedo.

Había llegado por mí. La bruja iba a matarme.

— Majestad. — Susurró alguien mientras intentaba que sacara la cabeza de mi escondite.

Iba a morir.

— Majestad, cálmese. — Esas manos me tocaban y zarandeaban con insistencia.

Ella iba a matarme.

— Su m...— Un gran golpe la hizo alejarse de mí, que dejara de tocarme. — Majestad, la reina...

— Salga. — Ordenó. — ¿Thabita? — Ese no era Alaric, era ella...— ¿Thabita, qué sucede?

Ella estaba intentando engañarme... Iba a matarme.

— No me toque, no me toque, no me toque. — Susurré. — No quiero morir, no quiero morir...

Alejé mis brazos de aquellas grandes manos mientras me echaba hacia atrás, intentando resguardarme en la pared.

— No quiero morir. — Sollocé.

El silencio volvió a adueñarse de aquel aterrador lugar.

— Lo... Lo olvidé. — Susurró su voz. — Lo lamento. Olvidé su...

— Quiero irme a casa. — Susurré para mí.

Si ignoraba su voz tal vez se iría y no me haría daño.

— Lo lamento, Thabita. Olvidé su temor. — Volvió a susurrar.

Colocó nuevamente sus manos sobre mí y aunque intenté retroceder, no había más espacio para hacerlo.

— No quiero morir. — Mi voz salió quebrada cuando sus brazos me envolvieron.

Mi pulso se disparó, martillando mi pecho con bestialidad.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora