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Bajaba las escaleras con lentitud y elegancia. No me había cambiado de ropa y tampoco había ido a limpiar mi cuerpo porque sabía que luego iba a ser más necesario. La mano del hombre que caminaba a mi lado me mantenía en la realidad y no permitía que mi mente viajara hacia los rincones más oscuros y crueles que había en mi cabeza.

Comprendí a mi padre y a Arch cuando me explicaron una y otra vez que la época medieval cambiaba vidas. Lo entendía porque yo ya no era la misma Thabita que había llegado. Sí, me había encontrado con el hombre maravilloso que mi gran amigo me había dicho que hallaría pero eso no calmaba el ardor que había en mi interior. Habíamos tenido a un hijo que ya no estaba entre nosotros y ese incendio en nuestro interior jamás iba a extinguirse, ni con todo el amor o el apoyo del mucho podríamos superarlo, solo viviríamos con ello.

Entendía perfectamente a mi amigo e incluso a mi padre porque los tres habíamos visto morir a las personas que más amábamos. Ya fueran parejas o hijos, el dolor era exactamente el mismo y ni hablar de la impotencia.

— Mara. — Saludó Alaric como siempre hacía cada vez que me acompañaba.

Su saludo no tenía ni pizca de cortesía, lo hacía con burla y diversión por lo que estaba a punto de presenciar. Alaric no permitía que bajara sola a los calabozos por temor a que algo pudiera suceder, así que sin importar cuán casado se encontrara o si estaba de mal humor, siempre iba conmigo.

Yo había cambiado, ya no era aquella asustadiza chica que se traumatizaba cada vez que veía sangre o mutilaciones. Ya no huía, no me escondía detrás de Alaric o esperaba que él solucionara todos mis problemas, no, yo misma era quien infringía dolor a quienes se lo merecían.

— Buenos días dormilona. — Murmuré sarcásticamente mientras podía ver por el rabillo del ojo cómo Alaric se recostaba en la entrada de la celda y cruzaba los brazos sobre su pecho. — ¿O debería desearle dulces sueños?

Caminé lentamente hacia donde se encontraban las armas y cerré los ojos para tomar una al azar.

— Oh, es su día de suerte. — Canturrié mientras pasaba el dedo índice por la hoja de la daga. — Despierte. — Y con ello comencé a cortar su piel, sobre todo en el área del estómago.

Alaric observaba cada uno de mis movimientos con orgullo y satisfacción. Cada corte que hacía o golpe que le propinaba, era parte de mi venganza por cada una de las preocupaciones y de los sufrimientos que ella nos había hecho pasar. No lo hacía por mi hijo porque por él mataría a la otra bruja, pero esa mujer estaba pagando por sus traiciones y asesinatos.

— Cálmese. — Murmuró el rey, quien se había alejado de la entrada y se acercó a mí sin borrar la sonrisa ladeada que tenía desde un comienzo. — Deje piel para después.

Mi respiración estaba descontrolada y mi pecho subía y bajaba rápidamente para intentar regularla. Giré un poco la daga que yacía incrustada en su muslo antes de asentir y alejarme de la mujer que a pesar de todo no había dejado de reír.

— Perra loca. — Escupí con desprecio. — Voy a arrancarle la piel y me haré un abrigo con ella.

Lancé la ensangrentada daga en donde se encontraban el resto de instrumentos y salí de allí sin mirar atrás. Alaric me había tendido un pedazo de manta para que cuando subiera nadie se asustara y para que no dejaran de verme como la reina piadosa que según él, seguía siendo.

El rey de Britmongh creía fervientemente que tan pronto todo acabara mi odio mermaría y volvería a ser la misma de antes pero yo no lo creía. Había visto y sufrido tanto que no pensaba que eso fuera a suceder.

— Vamos a limpiar su cuerpo. — Asentí, dejándome llevar por él hacia lo que creí que sería su aposento.

Nuestra relación había mejorado pero eso no significaba que habíamos dormido juntos. Desde la muerte de Kail no había entrado al aposento de Alaric y tampoco dormíamos juntos, nos comportábamos como lo hacíamos antes de casarnos.

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora