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Hacía demasiado frío y todavía el exterior se encontraba en penumbras, sin embargo, no había ni una sola persona que estuviera durmiendo. La voz se había corrido, todos los pueblerinos sabían que la bruja iba a ser ejecutada contra todo pronóstico y nadie podía faltar.

— Por favor, no permita que críos asistan. — Había estado intentando que cediera ante ese pedido desde que nos habíamos despertado. — Por favor...

— No. — Ni siquiera lo dudó. — Los críos serán hombres, soldados que protegerán a su pueblo así tengan que morir. Deberán asistir para que sean fuertes, hombres con honor.

— Es algo que un niño no debería ver. — Alaric se estaba poniendo la camisa por dentro de los pantalones.

— En su época. — Puntualizó. — Pero en mí época es necesario. Un hombre débil es alguien inútil, incapaz de defender a su gente.

— Vaya estupidez. — Murmuré, logrando que realmente me prestara atención.

— Comprendo su pensar pero debe entender que en nuestra amada Europa se es hombre o se muere. — Mi rostro fue levantado levemente por sus manos, aquellas que habían sido puestas sobre mis mejillas. — Usted lo sabe.

— ¿Realmente no hay nada que hacer? — Negó con la cabeza.

— Lamento no poder darle lo que desea, pero esto no puede ser cambiado. — Sus ojos se mantuvieron fijos sobre mi rostro hasta que finalmente asentí.

— Está bien...— Nuestras frentes fueron unidas y su nariz se rozó levemente con la mía. — ¿Sabe? Recuerdo cuando dijo que no era afectuoso, pero sus acciones son muestran lo contrario.

— ¿Se queja? — Negué rápidamente, sonriendo y besando castamente sus labios.

— En absoluto. — Una de sus manos se desplazó hasta mi cabello y se cerró alrededor de éste, tirando levemente para que mi rostro estuviera más levantado. — Solo deseaba saber el motivo de su cambio.

— Tal vez fui hechizado por usted. — Sus finos labios se alargaron en una sonrisa bastante coqueta. — Sus hechizos han hecho que sea afectuoso con usted.

— Majestad, los soldados esperan por usted. — La expresión facial de Alaric cambió por completo.

Ya no sonreía y tampoco parecía ser dulce o compasivo. Nuevamente estaba esa expresión llena de frialdad que utilizaba con todos.

— Quiere morir. — Masculló entre dientes mientras observaba fijamente la puerta.

— Es solo un niño. — Susurré, girando su cabeza nuevamente hacia mí. — Yo hablaré con él.

— Lo malcría como si fuera su hijo. — Ciertamente era culpable de algunas malas costumbres que tenía Jiram, pero nada que no pudiera ser corregido con suavidad.

— Le tengo cariño. — Alcé los hombros, restándole importancia al asunto.

— ¿Debo preocuparme? — Sus ojos se entrecerraron de forma amenazante.

En otro momento le hubiera temido, incluso habría bajado la cabeza pero yo no me ponía de los nervios.

— No. — Negué de inmediato.

A Jiram no lo veía como hombre, sino como un niño que necesitaba ser protegido entre tanto musculo y testosterona. Era como mi hermano pequeño.

— ¿Y de Kamal? Últimamente han estado cerca. — Volví a negar.

— Creí que había dejado de ver a Kamal como una amenaza. — Esa vez fue su turno de negar.

— Majes...— Nuevamente la voz del muchacho se escuchó afuera del aposento.

— ¿Acaso quiere morir? — Le bramó Alaric. — Aléjese y dígale a los soldados que vigilen a la bruja.

— S... Sí... Se... ñor...— Tartamudeó ante la brusquedad y ferocidad de su rey.

— Maldito crío. — Masculló. — Kamal no ha dejado de ser una amenaza, mi reina. Solo he cumplido con mi palabra, le dije que me acercaría a él si utilizaba el anillo y lo ha hecho.

— Alaric, no me interesa ningún otro hombre que no sea mi esposo. Ni Jiram, tampoco Kamal o cualquier otro hombre, solo mi celoso esposo, que por cierto es esperado por sus soldados. — Envolví mis brazos alrededor de sus costillas. — Deberíamos bajar, pronto saldrá el alba.

— Vamos, mi reina. Hay una bruja a la que ejecutar. — Antes de salir del aposento, Alaric se aseguró de besarme hasta que la fricción de nuestros labios doliera.

Posiblemente no nos veríamos en todo el día y bueno, era su manera de despedirse de forma privada, luego me daría un asentimiento o una leve reverencia antes de marcharse.

La multitud se encontraba reunida frente a los dos tronos. Estaban esperando a que apareciéramos y comenzara a salir el sol para poder dar inicuo al juicio de aquella mujer.

En esos momento escapar era prácticamente imposible. Estaba debilitada, había sido custodiada todo el tiempo y cada uno de sus movimientos eran observados con recelo. Un solo movimiento en falso y esa mujer tendría a cientos de soldados sobre su débil y sucio cuerpo.

Alaric y yo salimos del castillo con pasos lentos y siendo reverenciados a medida que íbamos avanzando. La burbuja en la que habíamos estado metidos estalló cuando mis ojos captaron la silueta de aquella mujer.

Cuando llegamos a los tronos Alaric tomó mi mano y esperó pacientemente a que me sentara para dar comienzo a la ejecución.

— Sabemos quién es esta mujer. — Inició su discurso. — Conocemos lo que ha hecho. Por culpa de esta bruja nuestro pueblo ha sufrido. Por su culpa la bruja ha podido ingresar en nuestras tierras y ha matado a nuestros padres, hijos y hermanos. Por eso debe morir. — Aseguró. — La traición no debe ser perdonada. — Sacó su espada y comenzó a moverla de un lado a otro. — La muerte de nuestra gente debe ser vengada. Las brujas como ella, que danzan alrededor del fuego y hechizan a las personas no deben existir. ¡Hay que matarlas!

— ¡Sí! ¡Mátenla! — Gritó una mujer que lloraba a todo pulmón.

La reconocía, era una madre que había perdido a sus cinco hijos a manos de la bruja cadavérica. Las desgracias parecían perseguir a la pobre mujer pues tan solo un par de meses antes había perdido a su marido en las mismas condiciones.

— Ha llegado el momento de que pague por sus pecados. — Le informó a Mara, quien se mantenía mirándolo de manera desafiante. — Su reina concede su perdón a quienes cree inocentes y pide la cabeza de los culpables. Nuestra reina pidió que su dama no fuera ejecutada pero ha pedido la muerte de la traidora. — El pueblo entero comenzó a vitorear. — Esto es por todo el daño que le hizo a mi mujer. — Pude escuchar que le decía antes de levantar la espada y acercar el filo rápidamente a su cuello, cortándolo de un solo movimiento.

La cabeza cayó al suelo mientras que el cuello se mantuvo sobre la gran roca. Tanto la gran roca en la que había sido apoyado su cuerpo como la nieve de los alrededores, comenzaron a teñirse de rojo carmín.

— ¡Larga vida a la reina! — Alaric levantó la espada ensangrentada hacia el cielo. — ¡Y muerte a los traidores!

El pueblo repetía una y otra vez sus palabras en formas de cántico. Estaban celebrando la muerte de aquella mujer que tanto daño había causado.

Solo faltaba una bruja y con ello todo habría terminado y con eso en mente me cuestioné lo que haría después.

¿Volvería a casa? ¿Siquiera podría regresar? ¿O me quedaría junto a Alaric?

Tantas dudas y todavía habían pocas respuestas. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora