El amor era algo complicado de explicar, sobre todo cuando había tantas versiones dando vueltas por el mundo, cada una muy diferente de la otra. El amor era como intentar conseguir un nuevo tono de pintura. Cuando se cree que se encontró el perfecto y adecuado, se intenta replicar y sale otro color distinto. Unas pruebas son más oscuras, otras más claras y así hasta dar nuevamente con el color deseado.
Una comparativa estúpida para algunos pero para mí era la mejor forma de describir eso que sentía cada vez que escuchaba su nombre, lo observaba o se encontraba cerca de mí. Incluso en ese momento en que seguíamos observándonos mientras los soldados se llevaban a los lextianos a los calabozos sentía que había descubierto otro color de él, uno más claro.
— Majestad. — La voz de Gilderoy se escuchó pero ninguno alejó la mirada del otro.
— ¿Sí? — Preguntamos ambos al mismo tiempo.
— Ah...— La situación debía parecerle extraña y no estaba equivocado, era tan jodidamente rara que me gustaba. — Debería informar a los reinos aliados de lo sucedido.
— Lo haré. Lleve el arco de la reina a su aposento. — Hizo un leve movimiento con su mano, indicándole a su consejero que era momento de marcharse. — Le dije que se quedara en mi aposento.
— No, me dijo que no saliera y le recuerdo que me encontraba en el agua. Podía haber enfermado. — Su comisura derecha se alzó un poco y tan rápido que pareció ser parte de mi imaginación.
— ¿Debería encerrarla para que obedezca? — Murmuró mientras entrecerraba los ojos.
— Si me encierra estaría privándose de verme, ¿eso le agradaría? — Su comisura volvió a sufrir de un tirón.
— ¿Desde cuándo es tan osada? — Preguntó con cierta diversión.
— ¿Desde cuándo sonríe tanto? — Contraataqué, sabiendo que con ello su semblante iba a cambiar.
Cosa que sucedió al instante.
— No sonrío. — Di los dos pasos cortos que nos mantenían a una distancia íntima pero prudente.
— Claro, claro. — Murmuré mientras llevaba mis manos a su cuello para acomodar sus ropajes, esos que habían sido puestos con demasiada rapidez. — Nadie ha notado su buen humor desde que estoy junto a usted... Por supuesto que no.
— No me agrada cuando utiliza esa forma de hablar. — Le mostré una sonrisa de boca cerrada.
— Lo sé. — No sabía si era por lo sucedido la noche anterior pero algo entre nosotros se había vuelto más cercano e íntimo.
Me gustaba lo relajado que podía mostrarse cuando se encontraba junto a mí pero también su lado protector. La forma en la que me miraba, los tonos que tomaban sus ojos cuando estaba molesto, preocupado o relativamente tranquilo, era una de las cosas que más me gustaban ver porque allí era donde encontraba esos colores nuevos. Alaric mostraba tantos tonos, unos oscuros y otros más claros, pero todos tenían el mismo efecto en mí. Me fascinaba apreciar las distintas tonalidades de ese hombre pero sobre todo, me gustaba ser la única que parecía poder verlos con claridad.
Era algo tan extraño e irreal...
Alaric se había vuelto mi paleta de colores favorita.
— No vuelva a desobedecerme. — No lo había dicho con la intensión de reñirme, más bien parecía estar pidiéndomelo.
— Sabe que no vine a Britmongh para observarlo luchar. — Asintió con la cabeza. — No puedo quedarme detrás de su espalda, no pienso hacerlo. Usted decidió que debía llevar una corona más pesada y pienso hacerlo, incluso si debo ir sobre sus órdenes.
— Podría encerrarla. — Volví a sonreír.
Ese hombre no había conocido a mi papá y por lo mismo era ignorante sobre mi carácter.
— Saltaría del vano. — Susurré, acariciando su cicatriz durante algunos pocos segundos en los que nadie nos observaba. — Soy como mi padre, Alaric, cuando me propongo algo no hay quien pueda impedirlo. — Le guiñé el ojo y comencé a caminar hacia el interior del castillo.
El interior del castillo había vuelto a tener esa tranquilidad que lo caracterizaba. La poca luz del día no llegaba a iluminar todos los roncones pero al menos lograba que la visibilidad aumentara un poco.
Fui directamente hacia mi nuevo aposento o eso intenté porque si no hubiera sido por los soldados no lo habría encontrado. Así es, se me había olvidado que solo estaba a dos puertas del de Alaric.
Abrí la puerta con cuidado, temiendo que la atención de todos cayera sobre mí. Al ingresar me encontré con un lugar mucho más grande de lo que era mi antiguo dormitorio. La claridad del día parecía centrarse en ese lugar y las distintas telas que caían alrededor del lecho lo hacían ver como el dormitorio de alguna princesa de un cuento para niños.
Las mantas eran de color rojos y tenía unos bordados de color dorado, algo que me recordaba al vestido de bodas.
— Majestad. —Al otro lado de la puerta y siendo amortiguada por ésta, se escuchó la voz de Enma.
Oh, eso le iba a encantar a Alaric.
Abrí casi de inmediato, encontrándome con la chica de la que tanto desconfiaba el rey. No entendía si era por la forma extraña en la que a veces me observaba o por su repentino interés por darme alimentos, pero Alaric desconfiaba por completo de ella. De hecho, si no hubiera sido porque intervine, en ese momento posiblemente Enma no habría tenido manos... Ni cabeza.
— ¿Sí? — Sus comisuras se elevaron cuando me eché a un lado para que pasara.
No estaba segura de que aquello hubiera sido una buena idea. Solo esperaba que ningún soldado le fuera con chismes a Alaric, lo menos que quería era comenzar a discutir a tan solo horas de habernos casado.
— Le he preparado un baño. — Asentí con la cabeza.
Tal vez debía aprovechar que ningún intruso con corona iba a ingresar. Sí, iba a sumergirme en el agua para calmar la tensión que me había dejado el encuentro en el exterior.
— Le agradezco. — Hizo una leve reverencia antes y después de colocar aromatizantes, esos que siempre utilizaban para mis baños y que lograban calmarme.
Tan pronto se fue me desvestí y dejé que el agua hiciera de las suyas.
En todos esos días había estado tan distraída que ni siquiera había podido disfrutar de un buen baño. Me lo merecía, merecía poder relajarme y dejar de pensar en cientos de cosas por al menos unos minutos.
Mi cuerpo fue sumergiéndose con lentitud pero sin detenerse a nada. Había comenzado con la barbilla pero a esos momentos comenzaba a preocuparme pues me sentía cansada, no podía moverme y el agua ya cubría mi boca. Mis ojos se movían a todas partes, buscando una forma para poder salir de allí pero no pude.
No tenía idea de cuánto tiempo había transcurrido pero me encontraba completamente sumergida. Era incapaz de observar algo con claridad pues el constante movimiento del agua me lo impedía.
Yo solo pude observar las burbujas que salían de mi boca y nariz.
Solo fui capaz de mirar una silueta que se acercaba y me observaba.
— Hec est oblatio mea. — Escuché antes de perder la consciencia.
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Flecha de Fuego© EE #6
Fantasy💫Esta historia es completamente de mi autoría por lo que se prohíbe la copia o adaptación.💫 •Sexto libro de la saga EE.• •Es necesario leer todos los libros para comprender lo que sucede en la historia y conocer a los personasjes.• Aquellas tierra...