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— No puedo más... Descansemos un poco. — Hablaba con dificultad aunque procurando mantener su ritmo para evitar perderme. — Solo un poco...— Llevé las manos a mis adoloridas costillas. — Por favor...

Llevábamos todo el día caminando sin detenernos a descansar y lo quisiera o no, mi cuerpo estaba reclamando unos minutos para poder recuperarse.

No estaba acostumbrada a hacer ejercicio, al menos no demasiado. Podía ser una metiche que se metía en todo como en voleibol, baloncesto, baile, gimnasia, teatro e incluso al equipo de porristas, pero jamás a atletismo ni nada parecido. Mi cuerpo no estaba acostumbrado a estar de pie y andando por demasiado tiempo. Lo mío no era el senderismo y lo había confirmado gracias a Alaric.

— Mi madre es tan perfecta que si no fuera por sus genes estaría hecha un desastre. Sobre el peso ideal para mi estatura, con un físico con el que no me sentiría bien y posiblemente deprimida por reprimir mi metimiento. — Exhalé con fuerza mientras pateaba la nieve hacia un lado y me sentaba en la tierra mojada que había quedado al descubierto. — Maldición, debí practicar atletismo.

— Usted está...— Me tapé las orejas para evitar escucharlo con claridad.

— No lo diga. — Hablé sobre sus palabras. — Ya sé que soy un desastre.

La nieve a mi lado fue pateada, dejando otro espacio de tierra libre para sentarse. Cuando estuvo mojándose las nalgas como yo, llevó una de sus manos a mi cabello para echarlo hacia atrás. Para mi sorpresa, mientras me hacía ver relativamente decente su pecho comenzó a subir y bajar, en un principio lento y luego cada vez más rápido. Pronto una risa masculina y bastante seductora apareció, dejándome anonadada porque ese hombre tuviera escondido algo tan bonito como aquel sonido.

— Es un desastre. — Aseguró sin dejar de reír.

Cuando mis manos estuvieron en contacto con el frío, las cerré para tomar un leve impulso y soltar la nieve. Su risa se detuvo de golpe y lo que en un momento fue una mirada llena de asombro, al otro se tiñó de maldad.

En ese momento me recordó a un niño pequeño que tenía una travesura en mente. Por lo general entrecerraban los ojos y sonreían burlonamente, justo como lo estaba haciendo Alaric.

— No. — Tarde, mis palabras llegaron justo cuando el frío se apoderaba de mi rostro.

Una guerra de nieve comenzó sin planearlo y aunque no era el momento más adecuado para divertirnos, no podía pensar en otro mejor. En ese instante ambos teníamos la misma edad y sobre nuestros hombros no habían preocupaciones ni rangos, simplemente éramos dos chicos lanzándonos nieve como si luego tuviéramos un lugar cálido en el que resguardarnos.

Solo por ese pequeño momento Alaric dejó de ser un rey de otra época y pareció un joven que se divertía como cualquier otro.

— ¡Basta! — La nieve se había metido en mi ropa, recorriendo mi espalda y cayendo al final de ésta. — Se me congelan... Nada.

— Es usted una mujer extraña. — La sonrisa que había tenido en sus labios hasta ese entonces se fue desvaneciendo con lentitud, dejándole una expresión de serenidad que no había visto antes en él.

— En mis tiempos soy muy normal. — En realidad no tanto. — Tengo muchos amigos y me gustaba hablar con todas las personas.

— No debería ser así. — Aseguró. — Se aprovecharán de usted.

— Alaric, mi madre tiene una filosofía de vida que si bien a mi padre no le encanta, yo creo que es bastante buena. — Llevé mi mano a su cabello para sacar la nieve que le había quedado allí. — A veces necesitamos recibir una sonrisa y otras ser quien la da. — Su ceño se frunció levemente. — Lo que yo interpreto de eso es que no siempre debemos pagar mal con mal o muerte con muerte. En ocasiones necesitamos sonreírle a aquellos que nos hacen daño y demostrarles que somos mejores que ellos. Eso creo yo, piénselo y cuando tenga su respuesta dígamela. Sería interesante saber su forma de pensar.

— Sabe lo que pienso. — Aseguró sin dudar en sus palabras.

— Por eso deseo que lo analice, para ver si su pensar cambia o solo soy una persona que pasa demasiado tiempo escuchando a su madre. — Sonreí, colocándole un poco de nieve sobre la punta de su nariz antes de levantarme. — Andando gran rey, debemos continuar con nuestra aventura.

Por sorprendente que pudiera parecer, Alaric estuvo de buen humor por el resto del día. Se había estado riendo conmigo e incluso de su boca había salido más de cuatro monosílabas. No fue un camino fácil pero que entre nosotros hubiera un buen ambiente había hecho la diferencia.

Frente a nuestros ojos se fue alzando una pequeña pero problemática subida. Habían árboles en los que podíamos apoyarnos pero con tanta nieve era difícil avanzar sin caernos en el intento.

— Su mano. — Pidió mientras extendía la suya hacia mí.

Yo aún no había terminado de escalar y él recién había llegado a la cima pero agradecí que primero pensara en ayudarme antes de tomarse un descanso.

Sin pensarlo dos veces hice lo que dijo y en cuestión de nada sentí su fuerte agarre y un gran tirón. Ni siquiera tuve que volver a pisar para encontrarme arriba junto a Alaric porque él había hecho todo el trabajo.

— Se lo agradezco. — Murmuré, bajando un poco la cabeza.

Estábamos demasiado cerca como para estar tranquila. Su mano sujetaba la mía y no parecía querer liberarme pronto. El calor iba subiendo por mi cuerpo hasta instalarse en mis mejillas mientras era observada fijamente por él.

Y lo peor era que no podía pensar con claridad, formular pensamientos completos y mucho menos moverme.

— ¿Podría soltarme? — Me atreví a preguntar.

— No. — No hubo ni una pizca de duda en su respuesta.

— ¿No? ¿P... Por q... qué? — Balbuceé.

— Porque soy el rey. — Dijo con cierta arrogancia tiñendo su voz. — No tengo que decirle mis motivos, princesa.

Mis labios fueron estirándose con lentitud, mostrándole una sonrisa llena de molestia.

Quería golpear su perfecta nariz hasta que se borrara aquella media sonrisa que comenzaba a fastidiarme. Era tan arrogante que con uno solo de sus comentarios podía acabar con toda mi paciencia.
Estar con Alaric era vivir un constante sube y baja de emociones. A veces podía ser cuidadoso y protector mientras que en otras era un completo imbécil.

— No voy a caer en sus provocaciones. — Susurré sin borrar mi sonrisa.

— Ambos sabemos que ya ha caído, alteza. — Aseguró, completamente seguro de sí mismo. — Una mujer no debería hacer esto. — Colocó su dedo índice sobre mi ceño fruncido.

— Alaric, no comience. — Sus comisuras se elevaron rápidamente como si hubiera estado esperando esas palabras.

Él ya conocía cuando estaba a nada de soltar un grito para que se detuviera. Por lo general sucedía cuando me bombardeaba con cosas que para su época una mujer no debía hacer pero que yo sí hacía y que por lo mismo, estaban mal.

Le gustaba provocar mi coraje y cuando veía que no podía controlarlo terminaba molestándose conmigo como si yo tuviera la culpa de sus actos.   

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora