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Tenía demasiada hambre y mi garganta dolía, exigiendo un poco de agua o algo que pudiera refrescarla. Durante nuestro camino me planteé cientos de veces en meterme un poco de nieve a la boca para poder saciar mi sed pero siempre que estaba a punto de hacerlo, Alaric volteaba. Era como si tuviera un radar que le indicara cuándo Thabita de Edevane iba a atentar contra su vida con tal de calmar su sed momentáneamente.

Llevábamos días caminando, tantos que no recordaba una cantidad con exactitud.

Desde que había llegado a la época medieval el sol era algo que pocas veces se veía apero desde que las nevadas aparecieron pareció que la bruja se lo había tragado. Todo estaba tenue y sin gracia como en un principio, solo que el suelo, las ramas de los árboles quemados y la lejanía, estaban vestidas de blanco.

El paisaje era bonito y a la vez deprimente. Todo era blanco, negro y gris como si estuviéramos en una película antigua. Lo único que tenía color éramos nosotros y debido a la exposición al frío, el hambre, la sed, el poco descanso y en sí nuestro alrededor, parecíamos otra pieza más del aburrido paisaje.

— Alaric, no podemos seguir así. — Me sentía tan débil que incluso me costaba hablar.

No recibí respuesta alguna. El hombre frente a mis ojos continuó caminando como si no me hubiera escuchado mientras mirada a los lados.

— Alaric...— Él no lucía para nada bien.

Sus labios estaban tan o más partidos que los míos, grandes y oscuras ojeras se encontraban debajo de sus ojos y se veía realmente pálido. El rey no era precisamente una persona de tez blanca, más bien estaba algo bronceado debido al sol que lo azotaban en sus constantes guerras pero en ese momento lucía tan pálido como un papel.

— Tiene fiebre. — Susurré, deteniendo sus pasos y llevando mi mano a su frente. — Debemos detenernos.

— No. — Murmuró con pesadez.

— No fue una pregunta. Debemos y vamos a detenernos hasta que se encuentre bien y luego entonces continuaremos. — Lo tomé de la mano para arrastrarlo hacia un lugar relativamente seguro.

No había dónde escondernos así que la mejor opción era sentarnos detrás de uno de los troncos calcinados e intentar sanar lo máximo posible.

Alejé toda la nieve posible y me senté en el suelo mientras lo jalaba conmigo. Tan pronto estuvo sentado en el suelo lo envolví con mis brazos, intentando que de alguna forma el calor volviera a su cuerpo.

— Encontraré la forma de que la fiebre baje. — Susurré, siendo testigo de cómo sus ojos se iban cerrando con lentitud.

Estaba agotado y era más que evidente. Era mi culpa, debí haberme dado cuenta de su estado antes de que la fiebre apareciera.

Dejé su cuerpo sobre el suelo con mucho cuidado de no despertarlo y comencé a buscar un par de piedras, ramas y otras cosas. Algo debía lograr con aquello.

— Maldición. — Susurré con frustración.

Estaba al borde del llanto después de haber intentado hacer fuego durante lo que pareció ser una eternidad.

Mis ojos dejaron de observar mi intento de fogata y se centraron el Alaric, quien respiraba con rapidez y tenía la boca entre abierta. Me moví hacia él para volver a abrazarlo y pasar mis manos por sus brazos.

Era de noche y el frío era asqueroso. Mi cuerpo entero tiritaba pero ni siquiera así me alejé de él, al contrario, había acercado mi intento de fogata a nosotros y continuaba golpeando las piedras insistentemente sin dejar de abrazarlo.

— Por favor...— Susurré. — Por favor, por favor... Solo necesito que se encienda y no se apague, por favor...

— Mm...— Se quejó entre sueños.

— Shh... Todo está bien. — Murmuré cerca de su oreja. — Descanse.

Por suerte esa noche no estaba nevando como las anteriores porque si hubiera sido así habríamos muerto por hipotermia o literalmente congelados.

— Por favor...— Frente a mis cristalizados ojos apareció algo tan rápido que pareció ser una alucinación.

Comencé a golpearlas cada vez más fuertes porque si de algo estaba segura era de que no estaba loca. Sabía lo que durante un pestañeo había aparecido.

Una chispa.

¿Cómo algo tan pequeño y fugas podía devolverle la esperanza a alguien?

Ese alguien debía haberla estado pasando realmente mal.

— Por favor. — Otra chispa apareció. — Por favor. — Y otra y luego otra. — Un poco más. — Las lágrimas acumuladas fueron deslizándose por mis frías mejillas cuando una chispa se mantuvo sobre las ramas y las pocas hojas muertas que había podido encontrar.

No tenía ni idea de cómo estaba manteniéndose viva la llamita cuando todo estaba húmedo pero ahí estaba, comenzando a crecer.

— Lo logramos Alaric. — Susurré, dejándome llevar por el llanto que me causaba la emoción de ver nuevamente el fuego. — Ya vas a mejorar.

Sin perder el tiempo rompí parte de mi pantalón y lo pasé por la nieve para que se humedeciera. Luego, cuando lo creí conveniente lo acerqué a la fogata con la única intención de que se calentar aun poco y así pudiera bajar la fiebre del rey.

— Mm...— Volvió a quejarse.

— Tranquilo, ya está bien. — Susurré mientras le colocaba el pedazo de tela calientita. — Se siente bien, ¿verdad? — Mientras Alaric absorbía la calidez de la tela yo me disponía a alimentar la llama para que no se apagara.

Con una llama fuerte y el calor de ésta acariciando nuestros cuerpos continué abrazando a Alaric al mismo tiempo en el que me aseguraba de que su fiebre estuviera bajando. Tal vez no era mucho lo que estaba haciendo por él pero lo estaba dando todo para que mejorara.

Me mantuve toda la noche despierta y aunque me sentía agotada, preferí hacer guardia.

— Descanse por ambos, se lo merece. — Susurré para mí misma mientras sonreía.

Cuando no estaba alimentado la llama o colocándole a Alaric el pedazo de tela en la frente, me mantenía alerta mientras acariciaba su cabello. En un principio lo había hecho sin darme cuenta pero luego de ver lo que hacía no pude detenerme.

Su cabello estaba más largo desde la última vez que me había fijado en él. Antes le llegaba sobre los hombros y en ese momento comenzaba a cubrirlos. Siempre creí que los hombres con el cabello largo no eran lo mío pero cada vez que veía a Alaric una mano invisible me daba un golpe en la boca.

— Necesita cortar un poco su cabello si no quiere que le llegue a la espalda. — Me reí silenciosamente de mi comentario.

Imaginar a ese arrogante rey con el cabello tan largo me resultaba gracioso porque contrastaba por completo con su personalidad. No podía imaginarme a alguien como él cuidándose el cabello para mantenerlo largo, sano y brillante.

— Quién sabe... Él es una caja de sorpresas. — Continué hablando al mismo tiempo en que echaba a un lado su melena rubia. — Mi madre siempre me dijo que nunca dijera que de esa agua no bebería y mire, tenía razón. — Volví a reír con cuidado de no despertarlo. — Maldito Alaric. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora