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Mis manos se mantuvieron sobre su abdomen aunque deseaba pasarlos alrededor de su cuello. Aquello había dejado de ser un simple beso, se volvió algo fogoso y descontrolado.

El agua caía al suelo con cada movimiento y es que era evidente que no había sido llenada para dos personas, sino para un rey solitario y gruñón que iba a sumergirse, darse un baño rápido y salir. Sin embargo, allí estábamos nosotros haciendo un caos mientras nuestros cuerpos se encontraban constante y deliciosamente.

— Se suponía que iba a limpiar mi cuerpo. — Murmuré, golpeando levemente su costado mientras me recostaba sobre él.

— Está limpia. — Pasó sus manos por mi espalda.

Todavía me costaba acostumbrarme a que viera y tocara mi piel, algo que sabía, me llevaría bastante tiempo.

Alaric continuó con sus caricias en mi espalda durante bastante tiempo. Se comportaba como si no tuviera responsabilidades con las que cumplir, sobre todo con ese par de territorios que habían estado molestándolo en las últimas semanas.

— Deberíamos salir. — Susurré después de alzar la mirada, pero ninguno se movió para otra cosa que no fuera para besarnos.

— Majestad. — Alguien estaba tocando la puerta y nosotros no estábamos de la forma más presentable.

Me alejé como pude o eso intenté porque los brazos de Alaric me rodearon y atrajeron hacia él, evitando que algo de mi parte delantera se viera.

— Que nadie entre. — Ordenó sin pizca de amabilidad.

— Como ordene majestad pero es que...— El hombre que me abrazaba estaba más preocupado porque fuera a abrir la puerta y me vieran, que por escuchar lo que esa persona tuviera que decir.

— Voy a cortarle la cabeza si no se marcha. — Advirtió.

— Le pido disculpas mi señor y si considera que debo morir, ofrezco mi cuello. Sin embargo, debo decirle que el rey de Lextian se encuentra frente al castillo y desea verlo. — Susurró con desesperación, como si estuviera al borde del llanto.

— ¿Qué ha dicho? — Bramó, separándose de mí para prácticamente saltar fuera del agua.

— Se le ha impedido la entrada pero no sabemos cuánto podamos resistir. — Y eso fue todo para que un furioso Alaric se colocara el pantalón a toda prisa.

— No salga. — Me ordenó antes de salir a su aposento.

Tomé mi ropa, me la coloqué y corrí a mi aposento para ponerme algo más apropiado. Me olía a problemas y si mi sentido no fallaba, mi presencia iba a ser más que necesaria. No exactamente porque Alaric me lo pidiera, sino para intentar controlar a ese hombre impulsivo y de poca paciencia.

Corrí escaleras abajo y aunque llegué a estar muy cerca de la entrada principal, me mantuve oculta.

— Traigan mi arco y flechas. — Ordené sin mencionar a nadie en particular.

Sabía que a mi alrededor habían personas, solo que mi atención se encontraba en el exterior. Pude escuchar que se alejaban a pasos rápidos y después de unos minutos mi arma se encontró entre mis manos.

Hasta ese momento solo habían estado hablando de la forma más diplomática posible pero sabía que no iba a durar mucho. Por lo que había escuchado el reino de Lextian no era un aliado, sino un potencial enemigo como lo era Prifac.

— Alaric, creo que no ha entendido. — Había comenzado.

— No, el que no ha entendido es usted. Se encuentra en mis tierras, lextiano. — El menosprecio no pasó desapercibido para nadie. — Está vivo porque así lo deseo pero no pruebe mi paciencia.

Risas.

Una risa varonil y algo aterradora se comenzó a escuchar y supuse que era de ese hombre. Que se estuviera riendo de Alaric no era nada bueno, mucho menos frente a él.

— Britmongh y su escoria...— Masculló.

En cuestión de segundos se escucharon cientos de espadas siendo sacadas de sus fundas y entonces salí. Tenía mi arco en mano y listo para disparar, solo necesitaba un movimiento en falso.

Los ojos azules de un hombre bastante mayor captaron mi presencia y por consecuencia la de Alaric, quien al fijarse en mí se tensó. Él no había sacado su espada hasta ese momento. Frente a él habían unos veinte o treinta hombres con sus espadas empuñadas y listas para atacar e incluso nuestros soldados, pero él no, al menos no hasta que me había visto.

Era como si... Era como si presintiera que iba a necesitarla en ese momento y no antes.

— ¿Quién es esa exótica mujer que cree ser hombre? — Preguntó el lextiano, provocando que sus hombres se rieran.

— ¿Quién es el viejo? — Fue mi turno de preguntar. — Creí que no aceptábamos a muertos de hambre. — Por algunos instantes las comisuras de los soldados de Britmongh temblaron pero se contuvieron.

— Josiaf. — Alaric se adelantó a hablar cuando vio que el viejete abría la boca, posiblemente para insultar. — Soy un hombre que respeta los tratados pero si se atreve a hablar de mi reina voy a hacer que Lextian se reduzca a cenizas. — Levanté mi comisura derecha con arrogancia, tal y como lo hacía Alaric cuando deseaba tocarle la moral a las personas.

Ese era mi hombre, tan jodidamente imponente...

— Debería golpear a su mujer para que sepa respetar a un hombre. — Oh, no... Podía sentir cómo mi sangre comenzaba a hervir.

Fue el turno de Alaric de reír. Al parecer nunca antes habían escuchado su risa porque incluso los sirvientes lo observaban con expresiones desencajadas.

— A mi mujer le agrada hablar sobre esto. — Se hizo a un lado, dejándome el camino libre. — Que le digan que la mujer debería ser golpeada por un hombre es algo que... —Volvió a reírse. — Mi reina.

Entendía perfectamente a lo que se refería y por dónde iban los tiros, pero sobre todo, me gustaba que no utilizara mi nombre frente a ese hombre sino mi título.

— ¿Sí, majestad? — Pregunté con un tono de voz angelical.

— ¿Por qué no le muestra su agrado? — Volví a elevar mi comisura derecha.

— Será un placer mi señor. — Y con ello, la primera flecha salió disparada y se incrustó en su muslo, haciéndolo perder el equilibrio mientras chillaba de dolor.

Rápidamente tomé otra y apunté. Los soldados de ambos reinos se fusionaron, peleando entre sí. Lo que estaba sucediendo frente al castillo y tan temprano en la mañana era un gran caos.

— Los poco hombres como usted me dan asco, maldito imbécil. — Lancé la otra, dando en su hombro derecho. — ¿Cree que necesito ser golpeada? Levántese e inténtelo. — Reté. — Vamos, deje de lloriquear e intente golpearme.

Iba a disparar una tercera, sin embargo, su mano bajó el arco con lentitud y no pude hacerlo. Sus ojos verdes me observaban con orgullo y aunque sabía que estaba dándoles órdenes a sus hombres, yo no podía dejar de verlo.

Ese hombre realmente me tenía babeando por él. 

Flecha de Fuego© EE #6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora